Un cuento hecho de letras


Hace ya mucho tiempo, quizá millones de años, de que las líneas lograron organizarse y formar letras. Fue muy difícil para ellas, y algunas nunca lo aceptaron. Se requirió que renunciaran a su individualidad, para en delante depender unas de otras. Subsistieron, sin embargo, y aun se sublimaron y alegraron, gracias a la posibilidad nueva que adquirieron.
Algún día surgió la A, luego la E y la I, y las otras dos vocales; y unas a otras se oyeron con placer; aunque, a decir verdad, también a veces con envidia, al compararse unas con otras. Así también brotó la B, la C y la D, y con ellas sus hermanas consonantes, hasta alcanzar la Z. Se sentían un poco sobajadas, porque su sonido no era como el de las vocales; pero al fin aprendieron a depender de éstas, y ellas mismas empezaron a sonar.
Hubo una hermanita muda, con frecuencia olvidada, que no era ni vocal ni consonante; y llegó también la Y, extranjera hasta en su nombre, y orgullosa de llenar las dos funciones.
Total: El abecedario estaba listo, e incluía rarezas como la X, de múltiples sonidos; la extraña K, que apenas sí se usa; la W, extranjera también, y poco vista; la Ñ, de dos trazos; la CH y la LL, que siempre ocupan doble espacio, y la R, con dos sonidos y dos looks: R y RR.
Nada tenían que hacer aquellas letras, y parecían felices en su ocio: en algún modo sonaban, y, revueltas, competían con el rugir del mar o el trino de los pájaros.
Pero no por siempre sería reír y cantar todo. Dos de ellas discurrieron unirse, y llamaron a sus dos gemelas; y así alguna vez se pudo leer MAMÁ.
Fueron acusadas de antiabecedáricas; pero ellas a sí mismas se sabían propalábricas, y hallaban en ello algún consuelo:
Era cierto: perdían mucho de su independencia y libertad, y tenían que aceptarse y adaptarse unas a otras. Pero les valía la pena, por llegar a ser más que sonido.
Aprendieron, pues, a tolerarse, y fueron tolerantes con las otras, hasta que algunas de éstas se acercaron.
Hubo así PAPÁ, AGUA y PAN, y luego hubo también VINO; con lo que se inició el Reino de la Palabra y la Alegría, al que poco a poco otras se fueron añadiendo.
Aun la H misma, la muda, fue aceptada; pues sin ella no podía escribirse HIJO ni HERMANO. Y habiendo PAPÁ, MAMÁ, HIJOS y HERMANOS, empezó el Reino del Amor.
Muy difícil fue el proceso de la U, que por sí misma ya sonaba sola, y estaba ya en la NUBE y en la LUNA. Se le invitó, con todo, a una renuncia nueva y dolorosa, y aceptó volverse muda, como la menospreciada H, con tal de que pudiera haber JUGUETES y GUITARRAS, para goce de niños y de enamorados.
Pero se le pidió más todavía, y aceptó unos cursis dos puntitos, necesarios para que llegara la CIGÜEÑA... Y todavía hay quien le reprocha que por ella llegaron la GUERRA y la VERGÜENZA.
Así, con el tiempo, las letras aprendieron a mirarse siempre en orden y alineadas, y aun aceptaron un código ortográfico, que vino a dar al traste con la poca libertad que les quedaba.
Y cayeron en manos de seres superiores, que usaron de ellas en sus libros, y aun se esmeraron a veces para ello por embellecerlas y adornarlas.
Y allí subsisten ellas, sublimadas: integran la Biblia y el Quijote, Edipo Rey y el Manifiesto Comunista, y están en las Constituciones y en la Prensa diaria de todos los países.
Pero muy pocos hay que las respetan, y casi de nadie llaman la atención. Por ser útiles, murieron a sí mismas. Y hoy atraviesan el espacio, de satélite en satélite, y sin ellas la aldea global no pasaría de un simple sueño.
¡Benditas letras, que supieron aprender a tolerarse y a convivir unas con otras!
Más fácil les hubiera sido marchar cada una por su lado: hubieran sufrido menos, y no hubieran tenido que soportarse unas a otras.
Pero decidieron arriesgarse a crecer y a comprometer su libertad hasta perder su autonomía. Y así se volvieron inmortales.

¿Podremos llegar a serlo los seres humanos algún día?

Nota: Félix admitía la autoría de este cuento; sin embargo, fue reproducido y publicado anónimamente a petición suya.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario