Celebrando a Félix.

Conmemorando el retorno de nuestro hermano/amigo Félix, a la casa del Padre.
Templo de San Ignacio de Loyola, Cd. de México.
Convivio en casa de Thelma y Procopio, Hermosillo, Sonora. 




*Imágenes proporcionadas por Melina González y Rocío Miranda.

El hombre de los mundos

El hombre de los mundos

A FxsI,
en el primer aniversario
de su llegada a la morada eterna de Papá

Busqué a los jesuitas donde me dijeron que tenían su casa en Hermosillo.
Muchas cosas me dijeron sobre ellos: que por su formación académica y experiencial eran antropólogos, que eran buenos para tomar tequila, que de todas partes los corrían, que eran buenos profesores en las universidades y que no tenían lo espiritual de los franciscanos pero sí un fuerte compromiso social, siempre cerca de los más pobres. “¿Qué tienen esos jesuitas que de todas partes los corren?” me preguntaba a mí mismo, y más se acrecentaba mi curiosidad por conocerlos.

 Un domingo por la mañana me armé de valor y fui al Centro Cultural Universitario, en la avenida Rosales, frente a la Universidad de Sonora, para asistir a una misa de los jesuitas. Ahí conocí a Félix Palencia.

Fue una misa fuera de lo común, en algo que no había participado ni visto antes: éramos pocas personas sentadas en círculo; el altar, que era una mesa de plástico cubierta con un mantel, estaba al centro; no hubo consagración –que yo recuerde- pero todos comulgamos con hostias y vino, y las ofrendas me daban la impresión que también eran parte de la comunión: dos pasteles, varios refrescos, varios aperitivos para comer al final de la misa; una señora era la que leía el Evangelio y el padre, en una sotana raída, fumaba holgadamente todo el tiempo. Todos hablaban, compartían de su día a día o de las lecturas de la liturgia, y el padre también decía algo al respecto, no sé si a manera de homilía.

En la convivencia después de misa me acerqué al padre para pedirle una cita y platicar con él. Le dije que estaba interesado en hacer un simposio sobre Eusebio Kino en mi universidad, y que me gustaría que él, jesuita, participase.
Su respuesta fue afirmativa, como la de alguien que tiene tiempo de sobra para hacer una conferencia sobre Kino. Me llamó mucho la atención que se expresaba de Kino y de Ignacio de Loyola como si los conociera de toda la vida, como si hubiese platicado con ellos un par de días atrás.

Félix, pues, me convidó a su casa y me pidió que no le dijera “padre”, sino Félix:
“Mi mamá me puso el nombre de Félix cuando me bautizó. Así que no me llamo padre, me llamo Félix; dime Félix y háblame de ”. A esa charla siguió otra más y me volví a armar de valor para decirle que tenía interés en ser jesuita.
Le dio mucho gusto, y su espontánea reacción fue decir: “¡Lo sabía, lo sabía...!”.
Y unos minutos después, al darle mis argumentos de por qué quería ser padre jesuita y no padre en otro carisma religioso, me dijo con cigarro en mano:
“Tú lo que quieres es que no digan que eres un pendejo”, y me solté a reír, porque me sentí desenmascarado.

Así se ha de haber sentido Pedro, cuando después de emocionar a Jesús con sus palabras en la revelación del Padre al llamarle Cristo, hijo de Dios vivo, se sucede que Jesús lo llama, unos minutos después, Satanás. A mí, Félix, no me llamó Satanás, pero sí pendejo. Fue un momento muy sanador.

Félix era un jesuita de varios mundos: el mundo intelectual, el de las ideas, del pensamiento lógico-estructurado, las matemáticas, la física, la historia, la filosofía, el latín, el francés, el castellano, de Lope, Zorrilla, Alarcón, Molière, Racine, Cervantes y Shakespeare.

El mundo del trabajo manual, de ese que facilita la vida; el del ingenio, de la solución de pequeños problemas pero que dan grandes resultados prácticos en lo cotidiano: la electricidad, la plomería, la informática, el tendedero de ropa con el cable de plástico de teléfonos que desechó quién sabe quién, el llavero de cuchara para comer en el tutelar “porque yo no me voy a hartar de tortillas como lo hacen los morros, yo ya no tengo edad para eso”; el timbre de campana hecho con el resorte del reloj de pared que ya no servía “y mejor darle un buen uso al resorte, porque todavía está bueno: de que se vaya a la basura a darle un buen uso, mejor darle un buen uso”; la fuente de agua para la imagen de la jefita de Guadalupe hecha con el motorcito de la licuadora.

El mundo culto, de Paganini, Chopin, Mozart, Zeffirelli, Bergman, Fellini, Paz, Rivera, Clemente Orozco. El mundo filosófico y teológico, de Leon-Dufour, Teilhard de Chardin, de Certeau, Daniélou, Aristóteles, Platón, Lonergan, Marx, Hegel, Descartes, “Ellacuría no, porque se volvió famoso: no me gusta acercarme a los que andan de moda”.

El mundo carcelario, el de las malas palabras, los cholos, los marihuanos, los homicidas, los tatuados; esperar “el toro” para comer con la raza; los que se acercan solamente para pedir cigarros “pero a veces no les doy”; el morro que robó un desodorante en la farmacia y es compañero de celda de un narcotraficante; los albures; el jesuita que espera solo, sentado, a que llegue alguien que quiera ser escuchado; los saludos al vuelo: “¡qui’hubo, padre!”. Y la respuesta auténtica: “¡Qui’hubo, cabrón!”.

El mundo de la Compañía de Jesús, los santos, los pobres, los letrados; las fechas importantes: la fundación, la supresión, la restauración; de cuando los jesuitas llegaron a México “y qué bueno que no nos achacaron que tuvimos algo que ver con la Revolución Francesa”, “las constituciones, ¿sirven de algo?: Francisco Xavier nunca las leyó y fue tan jesuita como cualquier otro jesuita”; “Ignacio colocó un orden para los Ejercicios Espirituales, pero yo creo que habría estado mejor si lo hubiera colocado de otra manera, porque la Contemplación para Alcanzar Amor ya está todo el tiempo en la vida, entonces mejor comenzar con la Segunda Semana y luego pasar a la Contemplación para Alcanzar Amor, después a la Cuarta Semana y regresas a la Segunda antes de irte a la Primera, con el Principio y Fundamento…”.
Y entonces uno pensaba, mientras asentía con un movimiento de cabeza: “Espérate, Félix…sí te doy la razón, pero vete más despacio para poder entenderte…”.

Mi experiencia de los jesuitas –si se le podía llamar experiencia- era muy romántica. Conocía por los libros de historia de Sonora algunas cosas sobre los padres Campos, Saeta, Pérez de Rivas, Nentvig y Kino. Después de conocer a Félix y de acompañarlo una Semana Santa en el tutelar de menores, el romanticismo por la Compañía de Jesús se diluyó, y me llegó un atisbo fuerte de realidad: de que Dios se me manifestaba en las personas, en los más sencillos, en las cosas más ordinarias, de las que se viven sin el mayor esfuerzo y son gratuitas.
“Ya conociste el cielo”, me dijo, cuando salimos de la cárcel.

En aquel momento que lo visité por primera vez en su casa –y en aquella misa-, aunque nunca antes había estado en ella, sentí que tenía algo de familiar.
Los libros en el librero, su escritorio, la cocina, las ventanas, el patio, el árbol del patio, lo rústico. Sentí que estaba con un sonorense, con alguien de mi familia, con alguien que estaba ahí en ese momento y en ese lugar para mí, para que yo pudiera llegar y preguntarle y encontrar respuestas a mis dudas. Al entrar por la puerta de su casa, cuando vi todo eso, al sentarme con él para platicar y escucharlo y verlo, todo lo que yo buscaba de la Compañía de Jesús lo encontré en él: todo lo que yo imaginaba e idealizaba, todo lo que yo pensaba y creía y me decía a mí mismo de los jesuitas lo encontré en Félix: un hombre muy inteligente, muy pobre, con alto sentido crítico de la realidad, libre y pensador libre, sabio, con olor a Evangelio, amigo de Dios, lúcido, transmitía esperanza, daban ganas de conocerlo más y de imitarlo.

Alcancé a decírselo y también alcancé a decirle que en mi encuentro con él, cuando lo conocí, tuve la convicción de que todos aquellos jesuitas del siglo XVII y XVIII, de los que yo había leído en la historia de Sonora, que habían fundado misiones y dado desarrollo y gramática a las actividades y lenguas indígenas de yaquis, mayos y pimas, y él, este jesuita de hoy, en siglo XXI, eran los mismos.

Su presencia en Hermosillo fue un regalo para quienes lo conocimos: “Estaba en el CERESO II de Sonora y llegó Ulises de visita para celebrar una misa con los internos. Él estaba muy enfermo, en silla de ruedas. Al final de la misa me esforcé muchísimo para que me identificaran con Ulises, que toda la raza viera que yo también era cura, pues. Me acerqué con él y lo saludé con toda propiedad, y yo mismo lo empujé en la silla de ruedas hasta la salida. Y en el camino los internos me iban saludando y yo iba respondiendo:

    -‘¡Ésele, Félix!’
    - ‘¡Qué onda, carnal!’

 “Y otro:

    -‘¡Pinchi Félix, necesito que me hagas un paro, cabrón!’
    -‘¡Simón, güey! ¡Yo te aliviano, pero déjame llevar a este compa a la salida!
     ¡Al rato vuelvo!’.
“Y uno más:
    -‘¡No mames, pinchi Félix, no te vayas a ir! Yo voy a servirte el toro’.
    -‘¡Fierro, cabrón! Dejo a este carnal afuera y me regreso. Vi que van a
       dar bistec, el toro va a estar chingón ahora’.

“Entonces, en el camino, Ulises gira la cabeza, sentado en su silla de ruedas, para verme, y me dice: ‘No cabe duda de que este es tu lugar’”.
La presencia de Félix era confrontante, y ser su amigo implicaba estar dispuesto a vivirlo a él en los binomios de su personalidad: la misericordia y la aversión, la inteligencia y el disparate, la inclusión que casi te hace romper tu identidad, tanta libertad que parece que te orilla a perder la tuya. El mundo de Félix, pues, era el del límite para vivir el Reino de Dios. Su mundo era el mundo de Papá, en quien sabía tenía puesta toda su confianza, para amar y servir a los más pobres, a los más jodidos, como le encantaba decir. Y era ya difícil separarte de él, porque sería muy complicado encontrar otro amigo igual, que te animara, en su confrontación, a ser tú mismo y a unirte a un ideal tan alto como el que él estaba viviendo: un compañero de Jesús que estaba en el mundo sin ser del mundo.

Juan Pablo Gil Salazar, S.J.
19 de julio de 2016
Fortaleza, Ceará, Brasil

Primer aniversario - Misa en Hermosillo.


 
El día 19 de Julio, a las 7:00 pm., dentro del templo de Santa Eduwiges (Colonia Modelo, en Hermosillo, Sonora), se llevará a cabo la celebración eucarística por nuestro amigo Félix Palencia sI., a un año de su retorno a la casa del Padre.

Carta aniversario Félix

Ha pasado un año de su partida y no ha pasado un día que no le recuerde...
Releo sus escritos y su siempre frase: "se en quién tengo puesta mi confianza"; su manera breve de decirnos como conducirnos confiando en lo humano y buscando crecer siendo libres y auténticos.
Necesitó de pocas cosas y facilitó la vida de muchos que lo conocimos...Quien lo conoció sabe que no era una persona ordinaria, que siempre ponía amor en lo que hacía, se maravillaba de lo simple pero fue capaz de crear cosas complejas.
Caminó con una visión justa y preocupada por los más desprotegidos...
Añoro poder escucharle, preguntarle y reír con sus ocurrencias; ahora solo me queda pensar "Qué haría o que diría Félix?..." ante cada situación difícil que se nos presenta...
Lo que amas se hace más presente cuando ya no esta...
Tuvimos la fortuna de conocerlo...Gracias por todo lo que nos diste...

Rocío MR

Guía y textos para la misa en mi septuagésimo quinto cumpleaños

Un recuerdo que nos alegra el corazón, en este día 11 de Abril del 2016:

GUIA Y TEXTOS PARA LA MISA EN MI SEPTUAGESIMO QUINTO CUMPLEAÑOS

FxsI

00. Nota histórico-ambiental:
Habiendo sido avisado que en casa de Procopio y Telma (Benjamín Muñoz 243, col. Balderrama) sería la misa a las 7 pm, a las 6 estábamos ya ellos dos y la familia Díaz-Aguirre: Rolando, Yadira, Rodrigo y Diego. Llevaba yo estola blanca y había en la casa pan y vino, y un cirio pascual pequeño y adornado.
Fueron llegando otros de los invitados, y a las 7:15 alguien dijo de empezar, pero no lo hicimos sino hasta las 7:30, en que propuse yo que nos moviéramos con todo y sillas a un sitio iluminado, pues en la terraza amplia descubierta de la casa se había venido conformando una rueda de sillas alejadas de la luz eléctrica.
Acarrearon sillas los asistentes, y las empezaron a colocar butacas de teatro o cine: una tras una mesa, y las demás al frente en filas; en total, unos 20 asientos. De amigos de hace más años, estaban Virgilio (sin Alejandra y los niños –Alex y Yessi–, pues ella estaba trabajando; Isaí, Rocío y sus hijas –Mariel Arkhe y Daria–, Ismael Meza, y Lupita, compañera un tiempo de Ismael. De exalumnos míos, sólo Teodoro con Paola –su novia–. De amigos mayores de edad y de generación anterior, Procopio y Telma, ya citados, y Roberto y Blanca, papás de Juan Pablo Gil, sI. De un grupo algo más joven, de universitarios exalumnos de colegio lasallista, Jorge Salcido, Lupita Díaz Ariyochi y unos dos o tres más, apenas sí conocidos. Acompañante de idas a la cárcel, Anita, con quien llegaron un exconvicto recién liberado, Horacio, a quien ella recogió en donde vive él con su mamá y su hermana, y Natalia, joven colombiana de unos 30 años quizá, a quien yo no conocía, quien presta servicio voluntario en el comedor para Migrantes en Nogales, de la Kino Border Initiative, del Servicio Jesuita a Refugiados y Migrantes. Y del grupo que así se considera pre-cvx, aparte de los citados Ana, Yadira y Rolando, también Melina y Santiago.
Antes de integrarme al grupo, empecé a mover mesa y sillas, para lograr que la mesa estuviera más al centro y debajo de la lámpara y que formáramos una "rueda" en torno a ella, e insistí luego en que nadie quedara en segunda fila, pues –lo dije claramente– la igualdad era más importante que lo redondo de la rueda.
Había llevado en papeles separados y numerados los textos que quería que se leyeran y había escrito en ellos, mientras esperábamos para empezar la misa, los nombres de a quiénes entregarlos, y en otro papel el orden en que serían leídos. Es este orden el que sigo al transcribir los textos –o la serie de acciones realizadas (con indicación de autores y actores, cuando lo considere oportuno–, no exactamente como lo preví, sino como se realizó de hecho:


01. "Mi fiesta de cumpleaños" – (abreviación de un texto algo más amplio de FxsI – Félix:
Con tres cuartos de siglo de vida extrauterina, voy empezando a comprender que no comprendo nada ni a nadie, ni menos me comprendo a mí. Nos decían al estudiar Filosofía que todo lo real es hermoso, uno, verdadero y bueno. De lo primero, yo no soy quién para juzgar, aunque no creo que el espejo me mienta; pero, de los otros tres, no me creo ni tan uno, ni tan verdadero, ni mucho menos tan bueno; aunque al mismo tiempo siento que sí lo soy.
Si me asomo a mí mismo, encuentro que soy mucho menos y mucho más que lo que creo que soy. Soy el mismo que nací en Tacubaya, muy cerca de México, hace 75 años; pero a la vez no soy el mismo:
Siempre ha habido algo en mí que me ha empujado a que quiera ser mejor que como soy, y el ambiente en que he vivido ha ayudado para que logre un poco de eso. Ese ambiente lo representan ustedes, que están aquí conmigo, por lo que les doy las gracias.
Quiero dar gracias por tanta gente que ha sido muy buena conmigo; tanta, que nunca acabaría yo de nombrarla. Por eso, cuando supe que me organizaban esta fiesta, les pedí que en ella hubiera misa.
Para mí la misa tiene que ver mucho con mi vida y con la de todos nosotros. Tiene un origen muy antiguo, desde a quienes reconozco como antepasados nuestros, si no en la sangre, sí ciertamente en la cultura. Menciono de ellos por lo pronto a Abraham, que vivía por donde ahora es Turquía o Siria, en climas y paisajes parecidos a muchos de Sonora y Arizona. La Biblia dice que cuando tenía 75 años, por mejorar él y que mejorara su familia emigró a otras tierras, donde crecieron sus hijos y sus nietos.
Muchos años después, un grupo de ellos se fue a vivir a Egipto, huyendo de la sequía y en busca de comida. Y la encontró, pero acabó siendo esclavo en el país más poderoso del mundo (todavía plano y no redondo) que ellos conocían. Hasta que Moisés organizó a esa gente para buscar una vida más libre y mejor. Es una historia o leyenda que todos conocemos, y no hace falta que la cuente.
De esa gente nació después otro gran hombre: Jesús de Nazareth, que se educó en las costumbres y tradiciones de su pueblo. Para él, el deseo de siempre mejorar tenía ya un nombre propio, que se traduce ahora como 'Jehová' o 'Yahveh', al que los mexicanos antiguos le llamaban Téotl, los griegos QeoV -¿?-, los romanos Deus y los españoles Dios.
Cuando yo era niño, mi mamá y mi papá me hablaron de él, y me enseñaron a pedirle y agradecerle la comida, y hace unos cincuenta años, siendo ya jesuita, me tocó estudiar muchas cosas de él, en Teología. Lo mejor que recuerdo de entonces es haberme dado cuenta de que no sé nada de él.
Mi ambiente familiar y escolar me habían llevado a querer ser jesuita, y entré a "Compañía de Jesús" por la puerta del Noviciado de la Provincia Mexicana, el 18 de marzo de 1957.
La tradición cuenta que Jesús, como buen judío, desde niño celebraba la fiesta de la Pascua; o sea, del Paso de Dios por la vida y la historia de su pueblo, y del Paso de ese Pueblo a una vida más humana y libre, pasando primero por un charco del Mar Rojo, y atravesando luego un gran desierto.
Jesús mismo fue un pasar de Dios entre la gente: se la pasó ayudando y haciendo el bien a todos. Su vida y su palabra entusiasmaron a unos, pero resultaron incómodas para otros, sobre todo para los dueños del poder religioso, económico y político (medios de comunicación no había entonces todavía). Supo dar esperanza a los jodidos, que los había entonces, como sigue habiéndolos ahora. Esto le costó la vida; pero él conservó siempre su bondad, su honestidad y su verdad, contra las que no pudo ni la muerte.
Por eso, quise celebrar hoy la misa con ustedes: Así como esta fiesta es un rito que expresa y alienta amistades ya antiguas o recientes, así también la misa es un rito: el que celebra el paso de Dios por el pueblo de Israel, y el paso de Jesús por ese pueblo y para todos.
Para mí, se trata ante todo de un rito de perdón, de gratitud y de esperanza: un pasar de nuestra superficie hasta lo nuestro más hondo, donde está lo más bueno y lo más malo de nosotros, en el misterio de nuestra propia libertad. Y es también un rito de nuestro dar pasos desde nosotros hacia otros más: a los que queramos y podamos, o a los que nos busquen o la vida nos acerque. Porque dentro de cada uno de nosotros hay mucho que agradecer y perdonar, y mucho que hacer y que esperar.


02. Pregón de la Pascua – Anónimo latino, s. IV; versión FxsI, abreviada – Yadira y Rolando:
La luz de JesuCristo
que esta noche brillante resucita,
alumbre los caminos
obscuros de la vida,
y el corazón de quienes los caminan.

Alégrense los ángeles
y gocen las celestes jerarquías.
Trompetas jubilares
anuncien la noticia
del triunfo de Jesús, pastor y guía.

Alégrese la tierra,
radiante como el sol de medio día:
¡Se acaban las tinieblas!
¡La luz de Cristo brilla,
y aparta de este mundo la neblina!

Alégrese la Iglesia,
jardín de Dios y madre venerable,
al verse de luz llena;
y el pueblo de Dios cante
en alta voz el canto de su pláceme.

Mis queridos hermanos:
Les pido su oración al Dios benigno,
para que, iluminándonos,
haga pleno y fructífero
el elogio que haremos de este cirio.

–¡Levanten ya sus ánimos!
–¡Estamos muy contentos ante Dios!
–¡Su amor agradezcamos
a Dios, nuestro Señor!
–¡Es justo, y nos lo pide el corazón!

Es en verdad muy justo
alabar a Dios, Padre omnipotente,
y a Jesús, Hijo suyo;
y que en mi voz se muestre
mi corazón, eufórico y alegre.

Jesús pagó la deuda
y borró con su sangre el expediente
que Adán nos dio en herencia.
Su sangre nos protege
y en su pascua nos libra de la muerte.

Esta es la noche santa
en que tu pueblo libre, caminando,
atravesó las aguas,
y en que con fuego y rayos
disipaste las sombras del pecado.

Esta es la santa noche
que devuelve la vida a los cristianos,
y los colma de dones:
¡Les cura sus pecados,
y los une a los ángeles y santos!

Esta noche santísima,
destruyendo los lazos de la muerte,
Cristo vuelve a la vida,
y victorioso asciende,
dispuesto a consolar a los creyentes.

¡Qué grande es tu ternura!
¡Qué enorme tu bondad y tu cariño!
¡Por perdonar mi culpa,
amando tanto a tu Hijo,
lo entregaste a las fuerzas del maligno!

¡Qué dicha haber pecado,
cuando por mi pecado he merecido
tener un Dios humano!
¡En la muerte de Cristo,
el hombre vuelve a hallar el paraíso!

¡Qué noche tan feliz,
testigo del regreso de la vida
en secreto jardín!
¡Tú brillas como el día,
radiante de favores y de dicha!

¡La fiesta de esta noche
ahuyenta la maldad, lava las culpas,
la inocencia repone,
las discordias expulsa
y acaba con dominios y amarguras!

Recibe, Padre santo,
esta noche de dones y de fiesta,
la ofrenda y holocausto
de este cirio de cera,
que consagra en tu honor la santa Iglesia.

Es columna llameante
nutrida del trabajo de la abeja;
y, aunque su luz reparte,
su resplandor no mengua,
porque en sabios panales se alimenta.

¡Oh noche felicísima,
en que se junta el cielo con la tierra!
En ella Dios invita
a compartir su herencia:
¡La vida que en su Cristo nos entrega!

Cuida, Padre, este cirio,
y haz que su luz se sume a las estrellas.
Que lo encuentre encendido
la matinal lumbrera
cuya luz no se apaga y es eterna.

¡Ese lucero es Cristo,
a quien resucitaste de la muerte!
Su resplandor invicto
ya nunca se obscurece,
y relumbra por siempre y para siempre.

Amén.


03. Canto de triunfo y libertad – Exodo 15 (letra: fxsi; música: Teodoro) – Teodoro:
Cuando Dios libró de Egipto a su pueblo y ahogó a los egipcios en el mar, Moisés y su hermana María empezaron a cantar, y todos los siguieron:
 
Caballos y carros,
guerreros con armas potentes,
Dios hunde en las olas rugientes
del mar.
Marchemos cantando,
que Dios con su mano
nos quiso librar.
El ve por su pueblo
y quiere gocemos de la libertad.
Caballos y carros,
guerreros con armas potentes,
Dios hunde en las olas rugientes
del mar.
Creyó su soberbia
que nadie la guerra
les iba a ganar,
y llenos de orgullo
pensaron que el mundo podían sojuzgar.
Caballos y carros...
Y Dios por su gente
en ira se enciende
y sale a luchar.
Su orgullo confunde:
con aire los hunde
en lo hondo del mar.
Caballos y carros...


04. Evangelio:
04–3. Aleluya (canto) – tradicional – Coro: Teodoro, Yadira, Rocío, etcétera:
¡Aleluya!, ¡aleluya!
04–2. verso: – Lucas – Rocío.
Miren de cuidarse de cualquier tipo de codicia;
y no por tener cierta abundancia hagan depender su vida del dinero.
04–1. Aleluya (canto) – tradicional – Teodoro, Yadira, Rocío, etcétera.
¡Aleluya!, ¡aleluya!

04. Asuntos de dinero – Lucas 12: 13-34 – Virgilio
Un día, uno de tantos se le acercó a Jesús y le dijo:
Maestro: Dile a mi hermano que comparta conmigo la herencia de mi padre.
El le respondió:
¡Vaya! Si yo no soy notario, ni juez de lo civil, ni tu padre me dejó como albacea...
Se fue aquél, y Jesús les dijo a sus propios aprendices:
Quiero decirles algo a ustedes:
No maltraten su vida preocupándose de la comida, ni su cuerpo por tener con qué vestirse:
La vida vale más que la comida y el cuerpo vale más que la ropa.
Fíjense en los chanates:
No siembran ni cosechan, y no tienen ni bodegas ni despensas; ¡y Dios los alimenta!
¡Cuánto más valen ustedes que los pájaros que vuelan!
¿Quién de ustedes, por más que se angustie y se preocupe,
puede hacer que su vida se alargue medio metro?
Y si no pueden ni siquiera esto tan pequeño,
¿qué caso tiene que se preocupen de lo otro?
Fíjense en los lirios:
No fabrican hilo ni lo trabajan en telares...
Y les aseguro que ni Salomón en sus mejores tiempos logró vestirse como uno solo de ellos.
Las yerbas están un día en el campo, y al día siguiente van a dar al horno...
¡Y Dios se encarga maravillosamente de alimentarlas y vestirlas!
¡Cuánto más lo hará con ustedes, aunque su fe sea tan pequeña!
Tampoco anden buscando qué comer o qué beber,
ni dejen que estas cosas los trastornen o depriman:
Todos los que no creen y no confían andan siempre viendo cómo conseguir todo esto.
¡Pero ya sabe su Papá que ustedes necesitan casa, vestido y sustento!
Preocúpense de lo que a Dios sí le preocupa, y él se encargará de que no les falte nada.
¡No tengan miedo, corderitos míos!:
¡Su Papá quiere darse el gusto de regalarles lo que de veras necesitan!
¡Vendan todo lo que tienen, y denlo de limosna!:
¡Hagan sus ahorros en cosas que no se devalúen, y tendrán con Dios un tesoro inagotable,
Allí donde ningún ladrón se acerca ni hay termita que ataque y haga estragos.
¡Porque, en donde pongan su tesoro, allí es donde va a estar su corazón!

04+1. Aleluya (canto) – tradicional – Coro: Teodoro, Yadira, Rocío, etcétera.
¡Aleluya!, ¡aleluya!


05. Comentario – Pablo, a Timoteo – Santiago:
Párrafos de una carta de Pablo a su amigo y colaborador Timoteo, escrita desde su celda en la prisión de Roma, poco tiempo antes de ser decapitado... (cfr. 2ª a Timoteo).
Estoy al servicio de Dios con una conciencia tranquila, como lo recibí de mis antepasados. Dios no nos ha dado un espíritu de timidez; sino de fortaleza, de amor y de buen juicio. No te avergüences de ser testigo del Señor nuestro, ni tengas vergüenza de mí porque esté preso.
Con la fuerza de Dios, acompáñame en lo que sufro por la buena noticia: La de que Dios nos ha dado la libertad, no por mérito nuestro, sino gratis. Ese es el evangelio que se me encargo que yo comunicara, y por hacerlo estoy ahora preso.
Pero no me da vergüenza, porque sé en quién tengo puesta mi confianza, y estoy seguro de que él sigue siendo fiel y poderoso.
Tú cumple también el encargo que recibiste, pues cuentas con la fuerza del Espíritu Santo, que vive dentro de cada uno de nosotros. Un combatiente se olvida de otros asuntos para vivir para su lucha, y algo parecido hace un deportista; y el campesino trabaja duro, para recibir lo que la tierra le regala.
No te olvides de Jesús, por el que ahora me tienen encadenado como malhechor... ¡Pero no pueden encadenar a la palabra de Dios!: Acompañando a Jesús en su muerte, lo acompañaremos también en su vivir. El dicho popular es verdadero: 'Siendo sus compañeros al morir, lo seremos también en el vivir', y 'Aun si lo traicionamos.., ¡él es fiel, porque nunca abandona su papel!'
Invita a todos a no pelearse por cosas de palabras, que no son de provecho, y procura estar ante Dios como buen trabajador del que nadie se avergüenza, yendo derecho a fondo y sin rodeos a la verdad. La palabrería inútil que por todas partes corre es un cáncer que todo lo devora.
Sin embargo, los cimientos de Dios siguen bien firmes, y tienen grabados sus letreros: 'El Señor no olvida de los suyos' y 'El mejor culto a Dios es la justicia'.
En una casa grande, hay trastes muy variados: unos de oro y plata; otros de madera y barro. Lo importante es que estén limpios, y listos para lo que el dueño quiera usarlos con provecho.
Huye de tus antojos y pasiones juveniles, y pide ayuda al Señor, de corazón sincero piden ayuda al Señor. Así, irás tras la justicia, y tras la fe, tras el amor y tras la paz.
No aceptes discusiones tontas y sin método, que sólo engendran pleitos. Quien sirve al Señor no debe andar en pleitos. Debe ser tranquilo en su trato y tolerante para todos.
Se avecinan tiempos muy difíciles: La gente se irá haciendo aprovechada y amante del dinero, y orgullosa y soberbia. Va a insultar a los demás, a ser malagradecida y a rebelarse contra sus mismos padres. Y va a decaer el cariño familiar y a crecer el desamor.
No se respetarán los pactos y unos a otros se echarán la culpa. No habrá ningún freno ni ningún sentimiento humano. Nadie amará el bien, y se multiplicarán los traidores. La gente actuará con precipitación y sin ninguna claridad de ideas. No se entregaran a Dios, sino al placer; y, aunque conserven las apariencias de vivir la religión, en el fondo la despreciarán y renegarán de ella.
Tú me has acompañado de cerca en mi servicio: en lo que enseño, lo que vivo y lo que pretendo; en la fe, la tolerancia, el amor y el aguante, y en las persecuciones y las penas...
Todo el que quiere vivir como auténtico cristiano acaba por ser perseguido y maltratado. Tú manténte firme en lo que aprendiste y en lo que confiaste. Proclama la palabra. Sé insistente, a tiempo y a destiempo. Señala los errores, y no dudes en señalarlos; pero hazlo todo con gran tolerancia, y con explicaciones y razonamientos...
Vendrá un tiempo en que no soportarán la enseñanza saludable: A su antojo y capricho, amontonarán maestro sobre maestro, buscando en ellos que les halaguen los oídos. Y se apartarán de la verdad, para creerse cuentos e historietas.
Consérvate despierto y en tus cinco sentidos, y acostúmbrate a soportar sinsabores y fatigas. Trabaja en dar la buena noticia del evangelio, y cumple por completo tu servicio...
Mi vida ya casi se derrama, y se me acerca el momento de desmantelar mi campamento. Mi pleito fue en buena pelea. Corrí hasta el final de la carrera. Y conservé fielmente mi confianza.
Pon empeño en venir a visitarme cuanto antes: Cuando vengas, tráeme mi abrigo, que se me quedó en Troya, en casa de Carpio. Y también mis libros, pero sobre todo, mis cuadernos y papeles.
Nadie me acompañó cuando me llevaron al juzgado. Pero el Señor estuvo de mi parte y me dio fuerzas. Me regaló poder dar buenas noticias a los presos y a los guardias. Tú date prisa en venir, antes de que empiece el mal tiempo. ¡Y que el Señor esté contigo!


06. Canto del que envejece – Salmo 70 (abreviado) – Félix:
Señor: ¡A ti me acojo!
No quede yo por siempre confundido,
pues tu justicia invoco:
Por ella, te suplico,
cuídame, y haz de mí tu protegido.

Acerca tus orejas
para que oigas la voz de mi plegaria:
Sé para mí mi peña,
mi refugio, mi alcázar,
mi bastón, mis dos brazos y mi lámpara.

Señor: Espero en ti:
Desde mi juventud, en ti he confiado.
Tú has sido para mí
mi apoyo y mi resguardo,
desde que, niño, di mi primer paso.

Desde antes de nacer,
tú ya me protegías y me cuidabas;
y, desde el primer mes
que estaba en las entrañas
maternas, en ti puse mi confianza.

Ahora que ya envejezco,
yo te pido, Señor, que no me dejes:
Me estoy haciendo viejo.
y siento los reveses
de una vida que avanza y desfallece.

Yo confiaré hasta el fin,
y seguiré narrando tus hazañas:
Nada podrá impedir
que siga yo en mi maña
de repetir a todos tu alabanza.

Desde mi juventud,
a través de señales y prodigios,
siempre me guiaste tú.
Ahora yo los publico,
para anunciar tus hechos a mis hijos.

¡Oh Dios!: En mi vejez,
yo te pido que no me desampares:
Como lo puedes ver,
son muchos mis achaques.
¡Sólo tú eres capaz de consolarme!

¡Mantén mi dignidad,
para que con orgullo yo también
pronto vuelva a cantar
los cantos que me sé
en honor del Dios santo de Israel.

Tomaré mi guitarra,
y, alegre, cantaré que tú eres fiel:
¡Tú rescataste mi alma,
y a todos les diré
que no me abandonaste en mi vejez!


07. A la víctima de la pascua – Wipo de Buergundia, s. XI; versión FxsI – Diego + Rolando + Yadira:

D: Presenten los cristianos alabanzas
y ofrendas a la víctima de pascua.

R: Pagó por las ovejas el cordero:
Jesús, siendo inocente, a los culpables
la paz nos dio de nuevo
con el Padre.
Lucharon en batalla nunca vista
la vida con la muerte; y, siendo muerto,
vive triunfante el dueño
de la vida.

D: ¡Anda, cuéntanos, María!:
¿qué viste al nacer del día?

Y: Miré testigos angélicos,
y vi el sudario y los lienzos.
Vi de Cristo viviente la tumba vacía,
y la gloria miré del que vuelve a la vida;
¡Mi esperanza, que es Cristo, de nuevo despierta!:
¡Se adelanta a los suyos, allá, en Galilea!

R: Más crédito debemos a María,
fiel única y veraz,
que no a la autoridad santa judía,
mentirosa y falaz.
Que el Cristo no quedó entre los difuntos
sabemos que es verdad.
¡Jesús!: ¡Te suplicamos en tu triunfo
que nos tengas piedad!


08. Oración Eucarística – Improvisación inspirada en el Misal Romano – Félix.


09. Oración Dominical:
09-1. Invitatorio – FxsI – Félix:
Antes de rezar la oración que Jesús nos enseñó, quiero decirles lo que me significa ahora:
A todos las personas presentes (y a las pasados y futuras, y a la multitud de ausentes, les pido perdón por no haber sido siempre bueno con ustedes; les agradezco, que siempre lo han sido conmigo, y confío en que podamos seguir acompañándonos un rato, para que, como compañeros de paso, nuestro paso por la historia sea bueno para todos aquellos con quienes nos encontremos.
Muy en particular, agradezco a quienes cooperaron y cooperan para este rito festivo en mi cumpleaños: prestando casa, aportando a algo de comer o de beber, o compartiendo sus habilidades, técnicas, artísticas, vehiculares, internéticas o verbales.
Y deseo en algún modo tener presentes a otras personas más:
Primero, a la enorme población humana encarcelada, que no puede enviar a nadie a una reunión como ésta: 240 mil en cárceles mexicanas, y unos 10 millones de hermanos nuestros en el mundo. Con 27 de ellos espero poder celebrar mañana mis 75 años, y a todos los representa en este momento Horacio, que salió de la cárcel hace pocos día.

Segundo..:
Alguna vez sentí y dije que "Lo posible no tiene sentido, y lo que tiene sentido es imposible"; y hace poco me referí a ello con dos palabras: 'impotencia' y 'vacuidad'.
Lo menciono, por tener presentes a dos naciones o pueblos especialmente cercanos, tan en crisis uno como el otro: El anglo americano y el latinoamericano; uno, tipificado en Wall Street, Hollywood o Las Vegas; el otro, en la Habana, Quito, Sucre y Caracas.
Quiero, en esta reunión de perdón, de agradecimiento y de esperanza, que tengamos ante Dios buenos deseos para los Estados Unidos, y sobre todo a Venezuela: con Obama y con Maduro, respectivamente; y, desde luego, para Hermosillo, Sonora y México, López Caballero, Padrés y Peña Nieto.

Tercero, a mi familia: mis siete hermanos y sus descendientes, con los cónyuges de los casados.
Y cuarto y último, a la iglesia Católica, con Francisco, y a la sonorense, con Ulises y Felipe; y las demás iglesias cristianas, y a judíos y musulmanes, con quien nos une una tradición y con quienes compartimos muchas de nuestras creencias. Y también a la Compaña de Jesús toda, y a quienes la gobiernan actualmente, sobre todo en tierras mexicanas.
E invito a quien lo desee a que añada alguna otra oración o petición.
(tras unos momentos de silencio, sólo Yadira pidió por su suegra enferma y Natalia por todos los migrantes, de cualquier región del mundo).

Estos buenos deseos o peticiones, los podemos expresar juntos diciendo el padre-nuestro...


09. Padrenuestro – Tradicional – Todos:
Padre nuestro, que estás en el Cielo:
Santificado sea tu nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo.
Danos hoy nuestro pan de cada día.
Perdónanos lo que te debemos, como también nosotros perdonamos a los que nos deben.
No nos dejes caer en la tentación,
y líbranos de todo mal.


10. Ven, Espíritu Santo – Autor desconocido, anterior al s. XII – Telma y Procopio.
 
Ven, Espíritu Santo,
y desde el cielo mándanos
tus alumbrantes rayos.
Ven, padre de los pobres,
dador de los favores,
luz de los corazones;
consuelo perfectísimo,
sabroso huésped íntimo,
dulzura, paz y alivio;
 
descanso en la labor,
frescura en el calor,
alivio en el dolor.
¡Oh luminosa dicha!:
Penetra hasta las vísceras
de los que en ti confían.
Limpia lo que está sucio;
cambia lo seco en húmedo;
lo lastimado, cúralo;
 
ablanda lo que es duro;
da fruto a lo infecundo;
y a lo desviado, rumbo.
Con fe y confianza enormes,
deseamos nos otorgues
tus santos siete dones:
Danos vigor, salud,
justicia, paz, virtud,
felicidad y luz.


11. Comunión – Repartida por Telma y Procopio (usamos unos bollitos hechos por Rocío, y vino ofrecido por Procopio) – acompañamiento musical: Teodoro.


12. De pie, la madre estaba – siglo XIII (atribuida a Inocencio IIl o a Jaocopone de Todi, OFM) – Rocío:
De pie, la dolorosa Madre estaba
muy cerca de la cruz, bañada en lágrimas
ante el crucificado;
y allí, frente a su amor, brutal espada
partió su corazón, hecho una llaga,
doliente y contristado.
¡Qué amarga la aflicción y la tristeza
de tan bendita Madre, al ver la pena
de su ilustre criatura!:
¡Del único retoño que pariera,
al que cuidara entre caricias tiernas
y amorosas dulzuras!
¿Habrá alguien que contemple sin piedad
a la Madre de Cristo, y sea incapaz
de sentir compasión
de aquella Madre, que sufrió a la par
el suplicio de Cristo hasta el final,
deshecho el corazón?
¡Vio a su dulce Jesús entre tormentos,
cargando los pecados de su pueblo,
sumiso a los castigos;
y miró que su prole iba muriendo,
hasta exhalar, inválido y maltrecho,
el último suspiro!
¡Madre!: tú, que de amor eres venero,
concédeme sentir tu sufrimiento,
para llorar contigo.
Pon en mi corazón deseos intensos
de amar a Cristo Dios, que como fuego
me apuren a servirlo.
¡Madre santa!: Te pido con fervor
que grabes en mi duro corazón
indelebles las llagas
de quien, clavado en cruz, por mí murió.
¡Quisiera compartir sus penas hoy
con todas mis entrañas!
Dame llorar contigo ante el patíbulo
del Dios crucificado. Te suplico
me des parte en tu suerte:
¡Yo no quiero tener otro destino
que en pie, junto a su cruz, vivir contigo
llorando amargamente!
¡Virgen, entre las vírgenes madre única!:
¿Por qué para mí no eres más fecunda?
¡Quiebra mi corazón!
¡Haz que su muerte yo también la sufra!
¡Haz que sus sufrimientos me recubran,
y viva su dolor!
Te pido que sus llagas me taladren;
que yo beba su cruz, y que su sangre
embriague mi razón.
Así, cuando la muerte me reclame,
confiado y sin temor, iré a aquel trance
bajo tu protección.
Cristo: Te pido que al llegar el fin
de mi vida, me des que sea feliz
en mis momentos últimos,
y que, estando tu Madre junto a mí,
pague con paz el precio de morir
por alcanzar tu triunfo.


13. Entrega total – Ignacio de Loyola – Melina:

Yo te entrego, Papá, mi libertad,
mi mente y mis anhelos;
mi corazón, mi ser y mi persona,
y todo lo que tengo.
Tú me lo diste todo;
a ti te lo devuelvo:
Haz de lo mío lo tuyo,
y tú dispón de ello.
Ya lo demás me tiene sin cuidado...
Regálame sólo esto:
que tú y yo nos queramos..,
y estaré satisfecho.


14. Mañanitas finales (no previstas y cantadas en su forma más común) – varios:

Estas son las mañanitas que cantaba el rey David
y hoy por ser tu cumpleaños te las cantamos a ti:
"Despierta, muy bien despierta, mira que ya amaneció,
ya los pajaritos cantan, la luna ya se metió.
 
El día en que tú naciste nacieron todas las flores
y el día en que te bautizaron cantaron los ruiseñores.
Ya viene amaneciendo, ya la luz del día nos vio;
levántate de mañana, mira que ya amaneció."

Me pareció oportuno presentar a Horacio ante todos, y, para ello, quitando ya todo formalismo, pregunté a los presentes a quién de todos ellos pensaban que era el primero a quien había yo conocido. Alguien mencionó a Virgilio, sin proclamarlo, y aclaré yo a todos: 'A Horacio, a quien conocí hace 30 años, cuando, estando castigado él, a sus 19 años, en la cárcel de Tijuana, me tocó informarle que le habían matado a un hermano suyo. Dios quiso que nos reencontráramos hace pocos meses, y le agradezco que esté aquí y le doy la bienvenida...' Y le di un abrazo, del que luego me comentaría Teodoro que Paola, su novia, le dijo haber visto muchos abrazos en muchas partes, pero ninguno tan sincero...
Siguieron otros abrazos, algunos a la vez de felicitación y despedida, y cenamos, sin ningún orden, algo de lo preparado o comprado por algunos: quesadillas en tortilla de harina, salpicón, pizza, frituras de harina, nieve, agua de jamaica y algo de cerveza. Y el grupo se fue disolviendo poco a poco...
En mi casa, habiendo acompañado con Natalia a Ana a llevar a su casa a Horacio, me despedí de ellas a eso de las 10:30, contento, aunque también cansado...

Cerro de la Campana, Hermosillo, Son.,
11 de abril de 2014
Félix Palencia, sI.

A Cristo crucificado

Soneto anónimo, también conocido como No me mueve, mi Dios, para quererte, el más difundido de los sonetos religiosos escritos en español y que para el crítico Marcel Bataillon es “el más ilustre soneto de la literatura española”.

Apareció por primera vez en la Vida del espíritu para saber tener oración con Dios de Antonio de Rojas, en 1628, y más tarde el predicador mexicano Miguel de Guevara lo incluyó en Arte doctrinal y modo general para aprender la lengua matlazinga (1638). Aunque es anónimo, desde su aparición críticos eruditos han atribuido esta composición a san Ignacio de Loyola, santa Teresa de Jesús, Pedro Reyes, Lope de Vega, fray Miguel de Guevara y tantos otros, pero nadie ha aportado pruebas concluyentes. Incluso se discute la época de redacción y su origen: italiano, latino, francés, portugués. El carácter y contenido de este soneto es místico (véase Mística) y en él se expresa con gran intensidad el amor a Cristo crucificado.


No me mueve, mi Dios, para quererte 
El cielo que me tienes prometido; 
Ni me mueve el infierno tan temido 
Para dejar por eso de ofenderte. 

Tú me mueves, Señor; muéveme el verte 
Clavado en una cruz y escarnecido; 
Muéveme ver tu cuerpo tan herido; 
Muéveme tus afrentas y tu muerte. 

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, 
Que aunque no hubiera cielo te amara 
Y aunque no hubiera infierno te temiera. 

No tienes que me dar porque te quiera; 
Pues aunque cuanto espero no esperara, 
Lo mismo que te quiero te quisiera.

FxsI
2006

No busquemos en la tumba

No busquemos en la tumba
al que clavaron en cruz.
Cantemos el aleluya:
¡Ya resucitó Jesús!

El viernes, a la carrera,
fue cosa de irlo a enterrar,
y el sábado, día de fiesta,
fue de llorar y llorar.
El domingo, Magdalena,
apenas saliendo el sol,
tragando su propia pena
fue a buscar a su Señor.

Tres mujeres al sepulcro
se acercan por el jardín:
van en busca de un difunto,
de un cadáver por ungir,
¿quién les moverá la losa,
tan pesada como es..? 
Pero, ¡está abierta la fosa..!
Sorpresa la que han de ver...

Ya no busquen en la tumba
al que miraron en cruz:
Canten alegre aleluya,
pues resucitó Jesús.

No encuentran a su finado.
Un joven sentado está
vestido con lienzo blanco,
y se espantan más y más.
La sonrisa del muchacho
las invita a tener fe:
¡Ya se a quién andan buscando!:
¡a Jesús de Nazareth!

El murió crucificado
y su cuerpo aquí quedó;
pero, si quieren hallarlo,
sepan que resucitó:
Acérquense pa’ que vean
y verán que no está aquí.
Ya va rumbo a Galilea.
Lo dijo antes de morir.

No busquen más entre tumbas
al que triunfó en una cruz:
Canten todos aleluyas,
vive por siempre Jesús.

El joven, muy comedido,
este recado les dio:
A los que eran sus amigos
y a Pedro, el que lo negó,
cuéntenles esto que han visto
y lo que les digo yo:
que, como lo había predicho,
a Galilea ya volvió.

Allá los está esperando
y allá lo habrán de encontrar:
allá donde los humanos
saben llorar y cantar.
Esta es la buena noticia
que yo les anuncio aquí:
Que Jesús es nuestra vida
y no nos deja morir.

Vuela, palomita pura,
lleva a todos esta luz
y cántales aleluya,
porque está vivo Jesús.
FxsI

Guía general para la vigilia de Pentecostés del 2002

PREVIOS:

En breve, espero poder enviar por este mismo medio los textos de las lecturas y algunas fotos de eventos parroquiales (que pudieran emplearse para el arreglo del salón, o compartirse en otra forma).

Tiempo: Sábado 18 de mayo del 2002, a las 19:00 horas.
Lugar: ‘Capilla’ y patio enlosado del Centro Cultural Universitario.

Preparación del espacio:
0. Símbolos principales: Biblia, Cirio Pascual (encendido), imagen de María (Guadalupana), Agua (a partir del Bautismo), Pan y Vino (durante la Cena Eucarística).
1. Capilla: dos sitios diferentes:
1.1. Rueda para la Palabra: sillas, ambón adornado, cirio pascual, cuadro de la Virgen de Guadalupe, textos, músicos, adornos (entre ellos, el símbolo de la parroquia: el Tetraedro con bolas de colores), brasero (a riesgo de que el calor se incremente), escenario teatral (altar antiguo, mesa redonda y sillas móviles). El adorno del salón podría completarse con algunas fotos de algunos eventos parroquiales, tal vez pegadas en cartulinas.
1.1.2. Mesa para la Comida: una sola mesa, quizá en U, con presidencia clara para la ofrenda eucarística y con adornos, manjares y bebidas. La canasta del Pan y la botella o jarra del Vino (tapada, pero fácil de abrir) se colocan sobre la mesa desde el principio de la fiesta.
2. Patio enlosado: Dos o tres cubetas grandes con agua y una jofaina, jarra o pocillo (medianos, como de dos o tres litros, para echar el agua); otros útiles de baño (jabón, toalla, loción y/o desodorante y/o talco, espejo y peine ¿y gel?), y una bandeja vacía sobre una mesa.

Partes de la celebración: Introducción. Fiesta de la Palabra. Bautismo y Fiesta del Agua. Acción de Gracias, Confirmación, Cena Eucarística y Convivencia. Despedida.

INTRODUCCIÓN:

1. María Julia saluda a todos e invita a iniciar la fiesta, en la capilla, y luego a santiguarse: “En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”.

2. Invitatorio: María Julia explicita los tres motivos de la fiesta (la manifestación pentecostal del Epíritu Santo, en que nace la Iglesia; el aniversario del inicio de la comunidad parroquial “personalizada e interactiva”, y la incorporación de Isaí a ella, por el bautismo y la confirmación); recuerda que es fiesta de todos y todos participan activamente en ella, e indica que tendrá tres partes (la Palabra, el Agua y la Cena-Convivencia). Anuncia luego que antes de la fiesta Maya ayudará a todos a darle su sentido.

3. Explicación: Maya expone el sentido de Pentecostés, y su relación con María, con el Bautismo y con el Aniversario parroquial.

4. Canto de entrada: El Coro (Doris, Norma e Ismael) inicia el canto, que todos seguimos. Es oportuno que la letra de lo que han de cantar todos se haya repartido a los participantes en la medida en que vayan llegando (no tiene por qué incluir la lista de personas que se recuerdan en la letanía, pero sí lo que todos canten en ella; así como la antífona del salmo, que han de cantar todos).

5. Oración inicial: El presbítero pide a Dios y a Jesús que hagan presente a su Espíritu en la comunidad parroquial, para que nuestra fiesta sea exitosa y de provecho para todos.

6. Petición y recepción: Isaí toca la puerta de la capilla (puede ser la que da a la calle), y un Portero abre el visillo y le pregunta (en voz alta, para que todos oigan) que quién es y que qué quiere. Isaí responde en voz alta. El Portero le pide que espere un momento, y va hacia la comunidad y le informa quién toca y qué quiere, y pregunta a la comunidad si lo admite a la reunión. Una vez que ésta esté de acuerdo, va, le abre y lo invita a pasar. Le da un sitio destacado (no al lado del Presbítero). El Coro o todos podemos acompañar esto con un muy breve canto de bienvenida.


PRIMERA PARTE: FIESTA DE LA PALABRA:

7. Transición: María Julia explica el sentido y los elementos de esta parte de la fiesta; a saber: se recordará al Espíritu Santo, que Jesús y su Padre nos regalan; se evocará la historia del año transcurrido, y habrá elementos de catequesis bautismal, para Isaí y para que a todos nos ayuden. Hecho esto, no hace falta que María Julia vaya presentando uno a uno los puntos que siguen del programa, pero sí que esté pendiente de que cada uno de ellos se inicie oportunamente.

8. Cronología de la Comunidad Parroquial: Coyo la prepara y la presenta, evocando los sucesos o momentos más significativos del año parroquial.

9. Tres Testimonios de la vida parroquial: Se propuso que los dieran Fina, Miriam y Virgilio. No se trata de repetir la cronología, sino de expresar libremente algo de lo que se ha vivido (sea personalmente, sea comunitariamente). María Julia habrá de pedir con tiempo esta colaboración a los tres testigos, y, si alguien no quiere darla, habrá de designar quién lo supla.

10. Teatro: Margarita Gil se encarga de prepararlo, dirigirlo y presentarlo. Se trata de visualizar, quizá con exageración, la situación parroquial de hace un año y la actual, expresadas en dos cuadros (o “actos”) de la misa parroquial: cómo era hace un año, y cómo es ahora.

11. Primera lectura bíblica: María Julia designará antes quién la lea, o pedirá en el momento quién lo haga.

12. “Salmo” [Lc 01: 46-55]: El Coro canta la antífona, que luego cantan todos, como de costumbre, intercalándola entre las estrofas y repitiéndola al final. Las estrofas son cantadas por una o dos mujeres del Coro, sea al unísono, sea en forma alterna (en la hoja de cantos que a todos se reparta no tiene que estar el texto completo del canto; sólo el de la antífona, para que sea lo que canten todos). El canto propuesto es el de María, que ya hemos cantado alguna vez y es muy alegre (sobre todo, si se canta rápido: “Mi alma glorifica al Señor mi Dios...”).

13. Segunda lectura bíblica [1C 02: 02-16]: La Chata la va a leer, y, en seguida, ella misma la va a comentar. Puede ser el texto que se propone en la sección de “textos”, o puede ser en la Biblia que ella prefiera.

14. Fuego: Maya presenta el símbolo del Fuego (el brasero), e introduce a la lectura de San Juan de la Cruz. La hará ella misma, o quien ella designe, con acompañamiento musical de Ismael.

15. Aleluya: El Coro entona el Aleluya, que todos repetimos, y un miembro de él canta el texto aleluyático.

16. Evangelio [Lc 03: 21-22]: El Presbítero lo lee, o pide a alguien que lo lea. Antes, pide el Espíritu Santo para quien haya de leerlo.

17. Aleluya: El Coro facilita que lo cantemos todos, ya sin el texto aleluyático.

18. Homilía: El Presbítero puede comentar brevemente el Evangelio, o aun pedir a los presentes alguna pregunta acerca de él, o aun algún comentario.

19. Transición: María Julia indica que terminó la primera parte y se iniciará la segunda: la fiesta del Agua y del Bautismo. Indica que será en el patio, y que no hace falta llevar sillas (aunque puede haber algunas preparadas para personas a quienes no convenga permanecer de pie por un rato).


SEGUNDA PARTE: BAUTISMO Y FIESTA DEL AGUA:

20. Procesión: María Julia invita a todos a pasar al patio, y ve de que alguien traslade el Cirio Pascual y la Biblia (o el cuaderno del que se hicieron las lecturas) con el ambón, para que presidan en alguna forma la Fiesta del Bautismo y del Agua. Al empezar la procesión se inicia el canto de la Letanía. Durante la procesión, Isaí puede aprovechar para prepararse en privado para el baño, de modo que luego le tome sólo un momento el estar listo para recibirlo.

21. Letanía: Las tres Martínez (si aceptan) preparan la letanía: una breve serie de nombres (quizá unos 20 renglones) de personas que vivieron por la causa de Jesús, y a quienes todos pedimos acompañen nuestro caminar, con la expresión correspondiente: “Acompáñanos” o “Acompáñennos”. Conviene que inicie la lista el Padre de Jesús y nuestro, que le siga Jesús y luego el Espíritu de ambos. A ellos seguirá María, la madre de Jesús, y luego otras personas, tal vez con cierto orden cronológico. Entre ellas conviene incluir, de uno e uno o en grupo, a algunos personajes del Antiguo Testamento y a otros de los más cercanos a Jesús (como Pedro, Juan o María Magdalena), y, de ahí en delante, hasta completar la lista. Se supone que todos ellos habrán de ser difuntos, pero no necesariamente “santos” o beatos, ni cristianos. La cantan dos o tres personas al unísono, y todos respondemos.

22. Transición: María Julia explica el sentido y los elementos de esta parte de la fiesta; a saber: una catequesis bautismal, a cargo de quienes apadrinan a Isaí; la bendición del agua; la petición formal del bautismo y el interrogatorio consecuente (a Isaí, a los padrinos y a la comunidad); el baño o bautismo de Isaí, y la entrega de algunos símbolos a él; la renovación o recuerdo del bautismo de todos los que lo deseen y la confirmación de Isaí, por la que recibe al Espíritu Santo.

23. Catequesis bautismal: Los Padrinos y/o Madrinas elegidos por Isaí (tal vez no más de cuatro) le explican a él el sentido del bautismo: No sólo del signo mismo del agua, sino del significado amplio de él, en el que cabe hablar, si se quiere, de Jesús y su Padre, del Espíritu, de la comunidad cristiana y su responsabilidad y misión, de la eucaristía, o de lo que sea, con miras a que se explicite más el sentido de lo que se va a hacer.

24. Bendición del agua: El Presbítero hace una breve oración al Padre, pidiéndole por Jesús que envíe su Espíritu al agua, para que por ella goce Isaí de la confianza y la libertad de los hijos de Dios, en la comunidad cristiana.

25. Vela: María Julia (o alguna otra persona de la comunidad) explica a todos que del Cirio Pacual (símbolo de Jesús resucitado) se encenderá una Vela (símbolo de la fe de la comunidad), y que la vela irá pasando de mano en mano, hasta que todos la hayan tenido en sus manos. Dicho esto, la enciende en el Cirio, y la pasa a alguno, quien la pasa a otro, hasta que llegue al último, que la retiene encendida.

25. Invocación al Espíritu: Dos grupos de Hablantes, preparados y coordinados por Maya y acompañados por Ismael musicalmente, declaman el canto latino ‘Veni, Creator Spiritus’, en su versión castellana ‘Ven ya, creador Espíritu’.

26. Presentación: María Julia (o alguna otra persona de la comunidad que lo conozca más) presenta al centro a Isaí, e indica que desea ser bautizado.

27. Petición: A pregunta del Presbítero (que en este caso es el Bautizante), Isaí responde que sí desea ser bautizado. Puede narrar en breve su búsqueda de Dios y su acercamiento a la comunidad, y explicitar por qué o para qué desea el bautismo.

28. Entrega de la Vela: Quien retuvo la Vela (o María Julia, si el retinente no puede o no quiere hacerlo) explica a Isaí que la vela simboliza la fe y la confianza que la comunidad le entrega. Y le entrega la vela, que Isaí retiene encendida durante el interrogatorio que sigue.

29. Interrogatorio: El Presbítero, a nombre de toda la comunidad católica, interroga a Isaí acerca de su fe y de su consciencia de la misión y responsabilidad que adquiere al incorporarse a la Iglesia. Asimismo, pregunta a los padrinos si aceptan la responsabilidad que el padrinazgo les confiere, y pregunta lo mismo a la comunidad. Finalmente, pregunta de nuevo a Isaí si quiere ser bautizado, y a la comunidad si lo acepta.

30. María Julia pide a Isaí que se despoje de lo que le estorbe para vivir en libertad, y pide a los padrinos que tengan a la mano todo lo que para el bautismo pueda requerirse: el agua y el jabón, la toalla, la loción y el desodorante, el peine y el espejo y una bata blanca con algo para ceñirla (si hace falta). Mientras los padrinos arriman esto, Isaí le pide a alguien que le cuide la vela encendida, mientras lo bañan, y luego se quita la ropa que desee, y se alista para el baño (el sitio adecuado para él será precisamente sobre la coladera del patio, para que el agua no se encharque).

31. Signación: María Julia pide a dos o tres Miembros de la Comunidad que a nombre de toda ella tracen con la mano la señal de la cruz sobre la frente de Isaí. Así lo hacen ellos, y luego lo hace el Presbítero, una vez a nombre de la Iglesia de Hermosillo (con su Arzobispo) y otra a nombre de la Iglesia Universal.

32. Bautismo: El Presbítero toma agua con la jarra y baña con ella a Isaí, diciendo a la vez las palabras rituales del bautismo. A continuación, los Padrinos ayudan a Isaí a que termine de bañarse, ofreciéndole el jabón y echándole el agua que vaya requiriendo. Terminado el baño, ofrecen a Isaí la toalla, para que se seque. Dichas las palabras rituales, el resto del baño puede ser acompañado por un Solista, por el Coro o por Todos con un canto, que se interrumpe cuando Isaí termine de secarse.

33. Símbolos: Los padrinos van ofreciendo a Isaí en el orden adecuado los útiles complementarios, explicando en voz alta a todos el significado simbólico de cada uno de ellos, a medida que se lo van entregando: la loción y/o el desodorante y/o el talco, y el espejo y el peine (con el gel), y la bata blanca. Isaí los va usando en la forma adecuada, con ayuda de los padrinos en lo que pueda ser conveniente.

34. Vestidura: Isaí pasa (con la bata puesta) a un sitio privado, a vestirse. Regresará cuando termine, revestido con la bata blanca (ya ceñida) que usará hasta el fin de la fiesta.

35. Invitatorio: María Julia invita a los presentes a vivir un recuerdo de su bautismo: Cada quien pedirá a quien desee que le eche el agua y le diga algunas palabras al hacerlo (además de indicarle en qué forma y qué tanto quiere ser mojado).

36. Renovación del bautismo: Mientras se recuerda el bautismo en la forma indicada, el Coro (o Todos o el Solista) continúa el canto antes interrumpido, o lo repite; prolongándolo (o añadiendo otro), si fuera necesario, hasta que Isaí (y los padrinos) se haya reintegrado a la comunidad.

37. Devolución de la Vela: Quien tenga la vela, se la da al Presbítero, quien a nombre de la comunidad la devuelve a Isaí, previa explicación del simbolismo que encierra: No sólo Jesús será en la comunidad luz para él, sino él mismo, en la comunidad y con ella, será luz para todos.

38. Transición: María Julia indica que terminó la segunda parte y se iniciará la tercera: la fiesta del Pan y del Vino y la Cena y Convivencia con Jesús. Indica que será en la capilla, y que entraremos a él en procesión.


TERCERA PARTE: ACCION DE GRACIAS, CONFIRMACION, CENA EUCARISTICA Y CONVIVENCIA:

39. Procesión: María Julia invita a todos a pasar a la capilla, llevando nuestros símbolos: el Cirio Pascual, la Biblia (o el cuaderno del que se hicieron las lecturas) con el ambón, el Agua y la imagen de María, para que presidan en alguna forma la Fiesta del Pan y del Vino.

40. Canto procesional: El Coro lo inicia y lo cantamos todos, mientras vamos entrando al salón y ocupando nuestros sitios a la mesa. No se trata de un canto de ofrenda (puesto que la ofrenda ya está sobre la mesa), sino de alguno que hable de nuestro caminar comunitario y alegre por la vida.

41. Oración Eucarística: El Presbítero invita a todos a dar gracias y en seguida la recita, intercalando en su momento el Coro y Todos el canto del Santo, y terminándola los mismos con el canto final del Amén. Puede elaborarse una oración especial, con elementos del Canon IV, a los que se añadan en sitio oportuno alusiones al Espíritu Santo, a la Parroquia y al Bautismo.


CONFIRMACION

42. Invitatorio: María Julia anuncia que, por ser adulto y según las normas actuales de la Iglesia, Isaí recibirá del sacramento de la Confirmación como una segunda parte del sacramento del Bautismo, y que, por lo mismo, se lo conferirá el mismo presbítero que le confirión el bautismo.

43. Instrucción: El Presbítero explica brevemente el sentido del sacramento de la Confirmación: Por el aceite y la imposición de manos, Isaí, que está bautizado en el Nombre de Jesús, recibe el Espíritu Santo, y, con él y en la comunidad, la sabiduría y la fortaleza para vivir su fe de una manera adulta.

44. Invitatorio: El mismo Presbítero, a nombre del Obispo, invita a Isaí a acercarse al Cirio y al Ambón, acompañado de sus Padrinos, para ser confirmado.

45. Interrogatorio: El Presbítero pregunta a Isaí, a nombre del Obispo, si ya fue bautizado y si desea ser confirmado, explicitando en su pregunta que se trata de ser recibido por el Obispo en la Iglesia de Hermosillo, para vivir en ella su fe como adulto responsable.

46. Confirmación: El Presbítero marca de aceite (“crisma”) a Isaí (de pie) con la señal de la cruz, mientras dice las palabras rituales, y en seguida, arrodillado Isaí. le impone las manos, comunicándole el Espíritu Santo, a nombre del Obispo.

47. Imposición de manos: Algunos miembros de la comunidad imponen en silencio las manos a Isaí. El Coro y Todos acompañan esto con un breve canto apropiado.

48. Los Padrinos o algunos otros Miembros de la Comunidad entregan a Isaí la Biblia, diciéndole las palabras adecuadas (Si la edición escogida no las tuviere ya, conviene añadir pegadas una o dos hojas en blanco, para que, durante la Convivencia que seguirá a la Cena, todos los presentes firmen esta Biblia, que conservará Isaí como recuerdo de su incorporación a la comunidad de la Iglesia universal, a través de la Parroquia [por eso, irá fechada “en la Parroquia Universitaria, Hermosillo, Son., el 18 de mayo del 2002”]).

49. Documento: Fini o algún otro miembro mayor de la comunidad entrega a Isaí el documento preparado para ello, firmado por el Párroco-Bautizante y por los Padrinos, como testigos de lo sucedido.

50. Oración Dominical: María Julia invita y motiva a Todos a cantar el padrenuestro, en la forma acostumbrada.


CENA EUCARISTICA:

49. Comunión: El Presbítero da las indicaciones para que se reparta, en la forma acostumbrada. No se usarán hostias ni una sola copa, sino pan (ázimo), que se irá partiendo al distribuirlo, y vino, que para distribuirlo se irá sirviendo en copas o vasitos (en cantidades diferentes, desde una mínima hasta la copa llena; aparte de que se explicará que no es necesario tomar los dos signos, por si a alguien el del vino pudiera hacerle daño). El Coro y Todos cantan el canto oportuno.



CONVIVENCIA:

50. Invitatorio: María Julia invita a continuar la Cena-Convivencia, haciendo ver que la Vigilia no ha terminado, sino continúa, y que, aunque las formalidades se relajan, eso no signifique que se abandonen las formas propias de un banquete (ayudará para ello que haya dos o tres Meseros, identificables fácilmente por un mandil o delantal; y que el Presbítero e Isaí no se quiten las batas con que han estado revestidos.

51. “Dones”: Coyo y/o la Chata hacen ver que todas nuestras habilidades son dones o carismas que Dios y Jesús nos regalan al darnos el Espíritu, para la construcción de la comunidad humana; y que entre esos dones está el ayudarnos todos a descansar, convivir y divertirnos. En seguida, empiezan a ofrecer los “dones” preparados, para que cada quien escoja uno por azar: Lo van leyendo en voz alta quienes los reparten (que a su tiempo reciben también su propio don), y lo va ejecutando brevemente cada uno (en lo posible, conviene que estos dones sean todos diferentes y no se repitan, aunque algunos pueden pedir que quien lo recibió escoja alguien con quien ejecutarlo. Algunos ejemplos de “dones” sencillos podrían ser el reírse, brincar, hacer muecas, imitar a alguien, bailar o rebuznar; en cambio, piden complemento el pedir limosna, llorar y ser consolado, ponerse de novios o cosas por el estilo. Desde luego se procurará que los “dones” tengan algo de jocoso, pero que a nadie resulten ofensivos o incómodos).

52. Abrazo de Paz: Terminado el reparto y la ejecución de los dones, o cuando lo juzgue oportuno, María Julia invita a alguien a que desee la Paz a todos, y a Todos a darnos en la forma que deseemos el signo de la Paz.


DESPEDIDA:

53. Oración por Isaí: El Presbítero invita a todos a orar por él, y reza la oración adecuada.

54. Oración final: El Presbítero invita a Todos a la Oración Final, de gratitud por la fiesta al Dios Tripersonal, y hace él mismo la Oración, a nombre de todos.

55. Bendición: El Presbítero desea a todos la Bendición de Dios, y los invita a seguir bendiciéndolo con el vivir cotidiano.

56. Avisos: Si los hubiere, los da quien sea oportuno que lo haga.

57. Despedida: María Julia da por terminada la Fiesta, e invita a quienes lo deseen a continuarla menos formalmente.


NOTA FINAL:

Agradeceré acuse de recibo a mi misma dirección electrónica (que aparece en el encabezado), y en ella (como en mi casa o por teléfono) estoy a sus órdenes para cualquier aclaración, comentario o ayuda que pueda yo proporcionar).

Félix, sI

La campana de la parroquia

Sanctae Ecclesiae Paroecialis
CAMPANAE INSCRIPTIO

LAVDO DEVM VERVM
PLEBEM VOCO
CONGREGO CLERVM
DEFVNCTOS PLORO
PESTEM FVGO
TESTA DECORO

De las torres yo soy el ornamento
y alabo siempre a Dios.
A cristianos y a curas al momento
reúno con mi voz.
La enfermedad ahuyento,
y acompaña a los fieles mi lamento
en su cortejo lento
de un ataúd en pos.

Alabo siempre a Dios,
y a cristianos y a clero en un momento
congrego con mi voz.
De las torres yo soy el ornamento.
La enfermedad ahuyento;
y en su cortejo lento
de un ataúd en pos,
acompaña a los fieles mi lamento.

Yo canto para Dios.
A cristianos y a curas al momento
reúno con mi voz.
La enfermedad ahuyento,
y acompaña a los deudos mi lamento
en su cortejo lento
de un ataúd en pos.
Y de las torres soy el ornamento.

Yo canto para Dios.
A clérigos y fieles al momento
congrego con mi voz.
La enfermedad ahuyento.
Devuelvo a los tristes el contento.
De un ataúd en pos,
acompaña a los deudos mi lamento
en el duelo feroz
de su cortejo lento.
Y a las torres les sirvo de ornamento.

Parroquia de Santa María de las Parras
octubre 1990 Félix, S.I.

Cotización del ser humano

Transcribo de 'La Jornada en Internet' el párrafo final de una noticia, para muchos quizás intrascentente (al final la copio entera). Dice así: Este proyecto ferroviario tendrá grandes beneficios entre los que destacan: la disminución de 56 mil toneladas al año de emisiones de gases contaminantes y el ahorro anual de 73.3 millones de horas hombre, equivalente a 952 millones de pesos.

Una muy fácil división hace ver que una hora hombre equivale a 12.987722 pesos, que simplifico en 12.99, y finalmente en 13 pesos; lo que da la base para calcular el valor mismo de un hombre: bastará saber a cuántas horas hombre equivale cada hombre, para poder saber a cuantos pesos equivale.
Se puede suponer que un hombre trabaja 8 horas diarias y 6 días a la semana; es decir: 48 horas por semana.

Concediéndole no trabajar unas dos semanas por año, sea por vacaciones o por gripas, puede decirse que trabaja unas 50, que, a 48 horas cada una, le dan 2400 horas cada año.
Podemos imaginarlo trabajar de los 18 años hasta los 68: 50 años; que, a 2 400 horas por año, dan 120 mil horas trabajadas.

Multiplicadas por los 13 pesos, dan 1 560 000 pesos. Al parecer, es lo más que un hombre 'cotiza'... suponiendo que quiere matarse trabajando, y que halla empleo.

http://www.jornada.unam.mx/ultimas/new

Tren Suburbano Chalco-Neza iniciará operaciones en 2011:
SCT La obra requerirá una inversión de 14 mil millones de pesos. El trayecto contará 10 estaciones.

Notimex
Publicado: 07/10/2009 21:59

 México, DF. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes (SCT) dio a conocer este miércoles que la sistema 3 del Tren Suburbano iniciará operaciones en 2011, el cual tendrá una inversión pública y privada de 14 mil millones de pesos.

En un comunicado, la SCT expuso que su titular, Juan Molinar Horcasitas y el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, manifestaron su apoyo para la construcción del proyecto que cubriría el trayecto Chalco-La Paz-Chimalhuacán y Nezahualcóyotl, lo que sumará un total de 10 estaciones.

"En este momento, el sistema está en proceso de licitación y en diciembre los participantes interesados presentarán sus propuestas. Se trata de consorcios de amplia experiencia y reconocidos internacionalmente en el rubro de transporte ferroviario", detalló la SCT.

Este proyecto ferroviario tendrá grandes beneficios entre los que destacan: la disminución de 56 mil toneladas al año de emisiones de gases contaminantes y el ahorro anual de 73.3 millones de horas hombre, equivalente a 952 millones de pesos.

FxsI

"Sé en quién tengo puesta mi confianza"

El síndrome de Emaús

(devaneo inspirado en algunos libros antiguos)
[fpg y rgt / diciembre de 199512]

Celia es una vieja amiga. Desde que nos conocimos, nunca he dudado de su amistad, y por lo mismo, tampoco de su deseo de procurarme el mayor bien posible, a veces aunque ni siquiera esté a su alcance. Desde entonces he sentido la seguridad de que cuento con ella y creo que ella siente eso mismo hacia mí. Nos tenemos una gran confianza mutua y, en suma, es para mí lo que se llama, en el sentido fuerte de la expresión, una amiga incondicional.

Hace unas semanas, recibí una llamada de Celia, desde Guadalajara, donde ella vive. Me invitaba a un lugar apartado, en el estado de Hidalgo, por mal nombre conocido como Arroyo Seco, a ver a un sujeto al que, según le contaron, le llaman el "Chamán de Chamanes" y que, según los díceres, les devuelve la salud a los enfermos del cuerpo y del alma.

 Me llamó la atención que me hiciera tal invitación, dado mi escepticismo visceral respecto a tales extravagancias, y la forma en que me invitó, pues hablaba como quien de veras creyera en las facultades de aquel supuesto curandero. Obviamente no creí que ese tipo me pudiera ayudar a curarme de mi mal.
Mi mal es una pérdida creciente de motivación en el trabajo. Alguno podría replicar que ésa no es una enfermedad, pero para mí lo es, y como estoy convencido de que lo es, pues por lo menos si ésa no lo es, la hipocondría sí que lo es, pues según los que dicen que saben de la materia, está bien tipificada como una enfermedad psicológica.

De modo que mi respuesta a Celia fue sencillamente que no creía en tal hombre. Se lo dije así, directamente y sin preámbulos, tomándome la libertad del caso para responderle a una amiga tan cercana. Sabía que la podía contrariar, pero acepté correr ese pequeño riesgo.
Ella, sin embargo, en vez de molestarse volvió a insistirme en ir a ver al tal Chamán, pues según lo que cuentan de él, estaba segura de que me podía ayudar.

 Por pura y simple amistad tomé su insistencia como un gesto bien intencionado de su parte. Dada mi habitual torpeza para expresar el cariño, en comparación con su extroversión innata, además que con ella tengo pocas oportunidades para hacerlo, siento una especie de deuda con ella en este aspecto, así que me quedé pensando un instante, antes de responderle. Ella, dotada de ese agudo instinto femenino para aprovechar este tipo de coyunturas, remató en ese mismo momento con que al fin y al cabo no sería cosa más que de ir y volver el mismo día, que ella se encargaría de preparar la comida, que tomara el viaje como un paseo para convivir, y no recuerdo qué otro de esos ardides que lo acaban siempre desarmando a uno y haciéndolo traicionar su postura inicial, que ingenuamente creía más firme que un roble.

Nos encontramos al día siguiente, muy de mañana. Ella llegaba de su tierra, para encontrarnos en la Central del Norte y de allí tomar el camión hacia el lugar del paseo. La terminal se encontraba poblada a su nivel normal, es decir repleta. Conseguimos los boletos que ella indagó donde se vendían, pues yo no pensaba mover un solo dedo para ir a exhibir mis miserias ante quien imaginaba no era más que un charlatán, o a lo más uno de esos parasicólogos o médiums, a quienes ubico en un mismo conjunto de timadores de incautos.

En eso me entretenía pensando, cuando me vi ya sentado junto a Celia, en un camión tan denso de gente como la terminal. Ella me hizo caer en la cuenta de que había sido una suerte –para ella, pensé– haber podido conseguir lugar para los dos, y recuerdo que sentí cierto escrúpulo de dejar de pie a alguna anciana o mamá embarazada o con niño en brazos, como suele suceder en estos casos, y más en los camiones que llaman "guajoloteros", destinados irremediablemente a los pobres, en parte porque ya están acostumbrados a sufrir también durante sus viajes.

Después de esperar lo suficiente para no perder la costumbre de salir tarde, arrancó pesadamente el camión. Mientras yo me iba haciendo el ánimo de no amargarme el día, repitiéndome que no había sido tanto como una pendejada haber cedido tan descaradamente al deseo de mi amiga, porque el viaje al menos me daba la oportunidad de platicar largo con ella, cosa que –me repetía para convencerme– debía valorar, puesto que tenía años sin verla y por el hecho de vivir tan apartados.

Fue así que me entregué a la plática, y ella, que tampoco le halla a eso del cotorreo de largo metraje, pues ya sabrás. Tan absortos íbamos que ni nos acordamos de las muchas incomodidades del viaje y desde el principio nos adentramos en cuestiones muy personales de cada uno. Creo que las multitudes deefeñas invitan a tocar nuestras intimidades, porque siendo ambientes tan públicamente anónimos, curiosamente invitan a la privacidad, sin necesidad siquiera de bajar la voz, pues uno se suele decir, con algo de ingenuidad: ¿qué importa que oigan quienes en la vida volveremos a ver?

Como te decía por teléfono –exclamó ella, sacándome de mis cavilaciones–, esta onda vale la pena. No sé que otras razones me dio en ese sentido, pero que es mejor agrupar aquí en un etcétera, porque además no las podría repetir, puesto que traté en vano de escuchárselas, esforzándome inútilmente por vencer mi resistencia al tema por el puro cariño que le tengo. La única que se me quedó fue aquélla de: "oye nomás a los que van junto a nosotros", me dijo por lo bajo, "casi todos van también a ver al Chamán, ya corrió la noticia Dios sabe hasta dónde y me imagino que aquello va a estar a reventar".

Recuerdo que dijo eso, porque de inmediato sentí un fuerte impulso a gritar: ¡¿sabes qué? yo me regreso en este mismo instante, me cai!, pero sólo mascullé: para turbamultas me bastan y me sobran las del D.F. Me contuve de decir más para evitar hacer sentir mal a Celia. Me descubrí de nuevo haciendo depender mi conducta de ella. ¡Carajo!, me dije: a ver si ese pseudochamán me quita al menos esta enfermedad de estar siempre tratando de evitarle a los demás posibles molestias por mis reacciones, que en realidad han de ser más producto de mi imaginación que otra cosa.

Lo que recuerdo mejor es que la plática fluyó en un tono muy agradable a lo largo del viaje. Del contenido sólo retengo algunos retazos. Le pregunté que podría ser lo que más quisiera que le sucediera en su vida. Me respondió que tenerme siempre muy presente. Que cuando nos tuviéramos que despedir me pudiera seguir sintiendo tan cerca como en los momentos en que nos hallábamos codo a codo.

Yo llevaba puesto un viejo suéter café, de botones y cuello en V, con la inicial de mi nombre en la parte superior izquierda del frente, al estilo de las chamarras colegiales, y más abajo, a ambos lados un par de patitos tejidos, como los que suelen adornar las prendas infantiles. Era un regalo de otra amiga, también de Guadalajara, que usaba porque tenía para mí valor sentimental, y porque mucha de la ropa que uso es regalada.

Celia me preguntó: —¿quién te dio ese suéter?— Yo: —una amiga—. Y ella: —¿tú crees que se molestaría si me lo regalaras—? Y yo, –para ahuyentar su posible inhibición– le contesté, mientras me lo quitaba para entregárselo: —dártelo no puedo, porque es un regalo que aprecio, pero te lo puedo prestar por tiempo indefinido—.

Me quedó ese hecho en la memoria porque hubo un detalle muy llamativo que me dejó pensando: se trataba de un suéter muy viejo y maltratado, que aun había perdido su forma original y hasta se notaba desteñido. Tenía además dos tonos distintos de color café, porque había sido tejido con saldos de estambre. Para colmo no le faltaban algunos cabos sueltos, señal de que se había atorado en algún alambre o rama sin darme cuenta, y por último completaba el estado deplorable de la prenda el que no recordaba el último año en que tuvo la suerte de encontrarse con el agua y el jabón.

El desdichado suéter tenía una sola virtud: la de dejar al descubierto la viveza del sentimiento de Celia hacia mí. No le podía importar el suéter para cubrirse del frío, porque además ya a esas horas hacía calor, sino que a aquel despreciable objeto no le quedaba otra misión más que ser el símbolo que le permitiría tenerme presente durante mi ausencia.

En el diálogo que tuvimos a lo largo del viaje, lo que más me llamó la atención fue el gran interés que ella ponía en mis palabras, como quien quisiera decirme cuánto me quería desde la forma misma en que atendía a mis labios y a mis gestos.

Tengo muy grabado el sentimiento de halago que me provocó tal atención, por lo cual a mi vez me sentí estimulado a abrirme totalmente con ella y hablarle de lo que fuera, francamente el tema era lo de menos, con tal de conjurar la soledad con nuestra comunicación, de seguir oyendo su voz, que no era otra sino la mismísima voz de la compañía y de acurrucar nuestras almas en el cálido regazo de aquella conversación. El viaje ya podía alargarse todo lo que quisiera, nosotros flotábamos en una dimensión en la que el tiempo simplemente perece detenerse.

Entonces me fue brotando del pecho un solo sentimiento, pero de manera tumultuosa, incontenible: el agradecimiento. Y tengo presente que le dije esto que sentía cada vez que en la plática venía a cuento, y a veces aunque no viniera. Mostrar el agradecimiento ha sido uno de esos actos acertados que a uno le dejan la sensación de que al menos por haberlos realizado, se siente uno capaz de aceptar todo el caudal de errores cometidos por uno mismo a lo largo de la vida, incluyendo los que aun le faltan por cometer.

La tirada obvia de expresarle mi agradecimiento era sencillamente que no le quedara la menor duda de ese mi sentir hacia ella. Tal expresión cobraba de pronto una extraña importancia. Fue cuando empecé a entender que lo cotidiano de la convivencia puede llegar a ser muy importante, que detalles como ese van llenando nuestra vida de sentido, más aún, que nuestra vida se va haciendo casi únicamente de detalles.

Y es que tenía mucho que agradecerle, vaya, el solo hecho de hacerme sentir tan seguro de su amistad, o el más pragmático de haberme hecho tan corto el viaje.

Realmente no me di cuenta cuándo fueron pasando cada una de las tres horas desde que salimos, otras veces tan enfadosamente interminables. Ya estábamos llegando a nuestro destino cuando vi el reloj.

Llegamos al lugar, que no alcanzaba el nombre de pueblo, pues más parecía un caserío rural. Sin embargo, había mucho movimiento de gente, misma que en su mayoría era parte de la romería que se disponía a caminar hasta Arroyo Seco, a buscar al tal Chamán.

Al avanzar unas cuadras, vimos cómo se agregaba más y más gente a la ya nutrida peregrinación, desde distintos rumbos, como afluentes que engruesaban aquel río humano, cuyo caudal crecía amenazando desbordar los límites del camino de terracería.

Nosotros íbamos hacia la parte de atrás, avanzábamos en parte por nuestro propio pie, y en parte llevados por aquel tumulto, levantando nubes de polvo al caminar y en momentos estorbándonos sin querer unos a otros.

Era notorio que la gran mayoría era muy pobre. Bastaba ver su ropa raída, sus huaraches y su piel curtida. A la media hora de caminar bajo aquel sol abrasador, ya olíamos todos a ganado. Ibamos personas de todas las edades y portes, unos visiblemente enfermos, otros aparentemente sanos, pero sin duda como yo, con algún mal interno, de esos que van carcomiendo la felicidad y la paz interior, quién sabe si más rápidamente que las mismas dolencias físicas.

Me acuerdo que durante ese trayecto de pronto volteé a ver a Celia, y la noté apenada. Sabía que lo estaba porque es notorio cómo en esa situación rebusca las palabras para tratar de evitarle al otro un sobresalto y rehúye un poco la mirada para no ser descubierta. A pregunta expresa admitió su pena, la cual obedecía a que yo pudiera sentirme mal por creerme objeto de su lástima por cierta minusvalidez, semejante a la de los lisiados o enfermos mentales con los que nos mezclábamos en ese penoso peregrinar hacia la tierra prometida.

Confieso que en vez de causarme malestar, me enterneció mucho observar su cara sonrojada. Hasta dónde llegaría su cariño, que le preocupaba la sola idea de poderme causar una molestia en su afán de ayudarme.

Por toda reacción sólo atine a besarla en la mejilla. Fue la mejor manera de decirle cuánto bien me hacía esa enorme caricia en que se convertía para mí toda su persona.

Ya para llegar a nuestro destino, sentimos que la caravana se frenaba intempestivamente. Al levantar la vista, nos quedamos fríos, a pesar de aquel calor de mediodía. Frente a nosotros, colgada de las ramas de dos robustos pirules, ondeaba una gran manta blanca escrita con letras negras, pintadas con notorio descuido e improvisación. El letrero nos informaba que el Chamán de Chamanes había sido detenido, y se disculpaba por frustrar nuestro viaje.

Los pobladores del lugar nos precisaron luego que la policía rural se había llevado preso al Chamán, acusado por el médico local, quien por lo visto era uno de esos señores de horca y cuchillo. Los cargos eran de charlatán y engañador, evasor de impuestos y azuzador de motines o algo así.

Mi reacción espontánea fue desahogarme con un sonoro: "¡Me carga la madre!", tanto apretujarnos y tragar pinole polvoso para nada...¿para nada?... pero ¿qué no era mi tirada inicial el cotorreo con Celia y lo demás era por seguirle el rollo nada más?... ¡ándale! ¿qué a poco ya me la estaba tragando yo también?... No, no, no, si yo soy un intelectual, hijo de la ciencia y de la civilización occidental, de la edad de la Razón, vaya, esa que desbarata los mitos y supercherías, que no son sino secuelas de las épocas oscurantistas.

Claro que lo anterior no me ha vuelto tampoco enemigo de los curanderos, porque entiendo que es importante que alguien sostenga la fe de la gente menuda, aunque se trate de una fe muy rudimentaria, dado que ellos no han podido ilustrarla, y hay que ver la imposibilidad de la gente del pueblo para acceder a servicios médicos profesionales.

En lo personal, y desde mi fe digamos madura, me expliqué mi presencia en ese lugar como la del antropólogo que acude a observar aquél fenómeno interesante, aunque siendo sincero, ahora que recuerdo aquella aventura, tengo que reconocer que no me había tenido otro motivo que el de complacer a Celia.

Lo que sí sentía entonces era mucha compasión por la gente aquella, que encima de sus males se había quedado vestida y alborotada, como las novias de rancho. Y se veía tan jodida, con lo que le había costado haber llegado hasta allá, y no se diga a los enfermos que tuvieron que atreverse a dejar la cama para lidiar con una silla de ruedas o unas muletas, auxiliados por un lazarillo o un cireneo acomedido, que lograron convencer para que los trajera, en algunos casos casi a cuestas.

Celia y yo nos quedamos mirando un momento a los ojos, con las cejas levantadas como diciendo ¡¿y 'ora?! Algo me hizo a mí apresurarme a decirle que por mí no importaba la cosa, que de cualquier manera mi intención no había sido otra que la que ella misma me había propuesto: pasear por ahí, comer en alguna fondilla cercana y luego regresar. Le insistí en que no había ningún problema, pues total, que más se había perdido en el sismo de 1985, etc. Le decía todo eso con la idea de evitar que fuera a sentirse frustrada porque sin duda en el fondo aún guardaba la ilusión de que el Chamán hiciera algo por mí, y por lo tanto le brotaría la sensación de haberme traído de balde.

Cabe detenerme de nuevo aquí en el gusto notable que nos daba a los dos, no sabría decir a quién de los dos le alegraba más, pero lo que era más que evidente era ese relativizar el entorno por buscar estar, gozar, y vivir intensamente el momento juntos, todo lo demás valía en la medida en que sirviera para estar más conviviendo más cercanos, más acompañados, más comprendidos y queridos.

No sé si logré mi propósito de ahorrarle el malestar de no haber hallado al Chamán, que ya le empezaba a notar en el rostro, o si fue ese júbilo a flor de piel que nos producía andar juntos, el caso es que ella me siguió la onda, así que fuimos a buscar un lugarcito apartado, para evitar el barullo del gentío, que para ese momento ya empezaba a dispersarse, tratando de hallar un espacio para continuar la charla.

No lejos de donde estábamos encontramos un sitio atractivo en el llano, con algo de pasto silvestre, protegido del ardiente sol por la sombra de un árbol, que proyectaba suficiente sombra como para ponernos mínimamente a salvo de los rayos de aquel solazo, que amenazaba calcinar a las mismas lagartijas que lo desafiaran.

Abandonados a la plática, nos cayó encima la tarde y comenzó a soplar algo de viento fresco. Celia por fin reaccionó y me advirtió que tal vez podría ser bueno empezar a pensar en el regreso. Hasta ese momento caí en la cuenta de que debimos haberlo previsto, pues a esa hora ya no había ni gente, ni camiones ni tampoco salidas para México, pues no había más que una corrida diaria, la cual tenía buen rato de haber salido, y la próxima saldría hasta el día siguiente.

Era tan inútil enojarse de nuestra negligencia –por usar una palabra muy poco expresiva para el denotar idiotez extrema–, que ya ni siquiera nos contrariamos. Hubo que pensar con más sensatez esta vez –o mejor dicho, hubo que pensar esta vez–, para no sucumbir por la inviabilidad biológica a la que puede arrojarnos el romanticismo, así que localizamos el único jacal que rentaban para hospedarse en el lugar y nos dispusimos a volver hasta el día siguiente. Aquella ranchería estaba tan marginada de servicios que no tenía ni caseta telefónica, por lo cual ni valía la pena preocuparse por avisar a nuestras respectivas casas de nuestro retraso. Ya llegaríamos cuando llegáramos.

Al día siguiente nos levantamos tarde, aprovechando las condiciones del incidente para tomarnos unas minivacaciones improvisadas. Nos volvimos a entregar a la plática tan instintivamente, que cualquiera diría que la comunicación para nosotros no era un medio sino un fin, o mejor, El Fin último de toda nuestra existencia.

Es curioso, –me digo al recordar cómo se dio aquella convivencia– que no sólo durante la plática nos comunicábamos, sino también , y acaso intercambiábamos lo más íntimo y propio de cada uno en los ratos que pasábamos sin decirnos nada. Simplemente en el hecho de estar juntos, y eventualmente cruzar una mirada sencilla y profunda. Y es que vivíamos silencios cargados de significado. Lo escribo con la certeza maciza de que una y otro estábamos presentes en el silencio generado entre los dos. Y aun nos llegaba a invadir una especie de temor sagrado de que si habláramos, podíamos romper el encanto y esfumar ese nivel tan hondo de intimidad, al que sólo mediante ese silencio atento y compartido lográbamos acceder.

No era algo que acordáramos hacer expresamente, sino que surgía de repente, gracias a la empatía creciente que cultivábamos, semejante a un acuerdo espontáneo e implícito, de esos que se dan como un regalo inesperado, como un fruto maduro del arte del encuentro, que ha nacido y crecido a través de un largo camino por los inimaginables vericuetos de la amistad.

Tengo presente que ella hablaba más que yo, ya de camino hacia el camión de regreso, al tiempo que mirábamos a nuestro alrededor, más para aderezar nuestra plática, que por interés en el panorama más bien sombrío que ofrecía aquel olvidado lugar.

Eso mismo comentábamos cuando nos volvimos a hallar muy cerca del arroyo del Chamán. Al darme cuenta hice ademán de tomar otro rumbo, pero ella señaló con el dedo hacia la manta, la cual ya había sido cambiada. Esta vez decía: Fue liberado el Gran Chamán. Estará con nosotros a la puesta del sol.

Quedarse a esperarlo nos suponía alargar otro día el viaje y lo peor era que no había modo de avisar a los nuestros, quienes con suerte ya estarían preocupados de que no hubiéramos aparecido. Sin embargo, ya se nos había metido el demonio de la expectación, el cual suele ser uno muy difícil de exorcizar del cuerpo, así que ni tratamos de oponerle resistencia. Y es que todo lo que nos había supuesto el viaje era como subir a una alta montaña y quedarse a unos pasos de la cima.

Ahora yo era el más entusiasmado con la idea de quedarnos ¡cómo carajos no!, ¿qué tal si fuera cierto que de pura chiripada el médico lírico ese me fuera curando? Además la gran mayoría de la gente ya se había ido, lo cual significaba tener al curandero casi para nosotros solos ¿a quién se le iría a ocurrir andarse yendo en ese momento? ¿quién iría a andar poniendo objeciones de fundamentos científicos a esas alturas?... ¡hágame el favrón cabor!

La sana irresponsabilidad que se hace pasar por amistad, nos volvió a impedir dividir nuestras opiniones, así que nos quedamos y hasta celebramos que hasta nos sintiéramos los más fanáticos de todos, por habernos quedado a esperar al aprendiz de brujo, en un rancho tan olvidado de la mano de Dios.

Llegó la puesta del sol, por cierto muy bella, de un rojizo capricho que se acentuaba en la base de las pocas nubes distribuidas caprichosamente sobre el horizonte, como colocadas para inspirar a poetas y pintores.

El Chamán no aparecía. En ese rato yo me afanaba en hacerme una explicación creíble sobre su tardanza, para ahuyentar la idea de que nos fuera a dejar plantados de nuevo, diciéndome en silencio que seguramente estos señores no se rigen por los horarios de nuestras instituciones, que relativizan nuestras precisiones, sobre todo que la cultura campesina, basada en los movimientos solares no puede aspirar a las costumbres de la cultura urbana... justificaba el hecho porque en el fondo me atraía, me sigue atrayendo más –y hasta debo admitir que añoro– este modo de vivir, pues siento que su ritmo es más humanizante, más connatural a la dinámica de una convivencia cálida, capaz de atender a lo que cada uno tiene que expresar, más propicio para encontrar momentos de interiorización personal, además de ahorrar muchos males nerviosos y psicosomáticos que vienen del frenetismo propio de las grandes ciudades.

No es de extrañar entonces que en este tipo de servicios curativos uno se sienta más tomado en cuenta, y que la imprecisión se refleje también a la hora de cobrar sus honorarios, incomparablemente más económicos que los de nuestros curanderos con títulos del extranjero.

Continuó la espera, que supimos endulzar con otra amena plática. No sabría decir cuánto tiempo pasó, porque mi absorbente compañía me amenazaba con sustraerme por completo del tiempo y del espacio, agravando el efecto de mi propia naturaleza distraída.

Por fin llegó el esperado Chamán, a quien tengo que reconocer que para entonces ya lo esperaba, quiero decir que ya esperaba algo de él, mucho más que presenciar su protagonismo de un simple fenómeno antropológico. Era una especie de intuición de que algo iba a pasar, aunque sin poder sospechar todavía qué.

Se trataba de un tipo común, de mediana estatura, moreno, que en nada se distinguía de cualquiera de los habitantes del lugar, como no fuera por la atención y la expectativa que todos teníamos puesta en él. A los cristianos, aquel hombre podría asemejarse a Jesús, pero mucho más al Jesús de la película de Jesucristo Superestrella o al de Pasolini que al de Zefirelli.

El Arroyo Seco consistía en un paraje árido, de vegetación desértica y escasa, disimulada con el suelo por una fina capa de polvo que la cubría. Por el arroyo corría agua termal, que nacía de un venero muy cerca de donde estábamos. Lo deduje porque no había árboles grandes a nuestro alrededor, que señalaran la trayectoria de la corriente, ni tuberías que trajeran el agua de otro lugar.

El conjunto del escenario era más bien austero y feo. Lo único llamativo era una rudimentaria y vieja pila de concreto, ya muy deteriorada por el uso y por las huellas del tiempo. Medía unos diez metros de largo por tres de ancho, y su profundidad era suficiente para cubrir de agua hasta el pecho a una persona adulta de altura promedio.

A pesar de no alcanzar el tamaño de una alberca mediana, resultaba suficiente para los diez o doce convocados por la fama del Chamán. Desde antes de que éste llegara, habíamos empezado a platicar unos con otros, pues la cercanía que da el haber venido esforzándonos por llegar al mismo lugar y en pos de un mismo sujeto, más el compartir una seria necesidad y una esperanza de curación, nos permitió identificarnos rápidamente y nos invitó a romper el hielo.

Padecer una enfermedad lo puede a uno aislar de los demás y volver huraño, pero puede también acercarlo a quienes viven en condiciones similares, y hacerlo mucho más comprensivo de sus males. El caso es que a los que estábamos ahí la situación nos facilitó la socialización, ya fuera para indagar sobre remedios para diversos males, o simplemente para desahogar nuestras penas y exteriorizar nuestro anhelo de recuperar nuestra salud.

Ya habiéndose creado el clima de confianza y de haber dejado a un lado la preocupación inculcada por cuidar la propia imagen, nos preguntábamos mutuamente por los motivos concretos de nuestra venida. Las respuestas variaban según el caso, pero coincidían en el ansia de ser curados, y tengo que confesar que en mi situación particular, si no esperaba ciegamente ser curado, como la mayoría de los que ahí se daban cita, al menos sí deseaba vivamente alimentar esa esperanza, para tener fuerzas de seguir en pos de la soñada curación, una esperanza que me renovara las fuerzas para no quedarme a la orilla del camino, abandonado de mí mismo para quedar a merced de los buitres de la claudicación, de la amargura existencial y la aversión por la propia vida. Deseaba alimentar mi gastada esperanza para que no se fuera a degenerar en la temida espera del derrumbe interior y de la muerte, ya fuera física o anímica, que ya lo mismo da, llegado ese punto.

—¿Y usted a qué vino?— me abordó una anciana en un tono tan indefenso que no pude sino creer que lo hacía de buena fe, así que no me atreví a darle una evasiva. Pero sí me alcanzó a sorprender su pregunta, porque al momento me pareció que no me iba a poder explicar, ni ella entendería lo que me pasaba, de modo que le dije que mi mal era del corazón, que sufría una extraña dolencia que ni los médicos ni los psiquiatras podrían detectarme, pues aunque antes he dicho que era hipocondría, pensándolo mejor debo retractarme, o mejor señalar que la tal hipocondría es el nombre de los males que no tienen más síntomas que la sensación de encontrase enfermos, pero eso lo sabe cualquier enfermo antes de que alguien se lo diga, así que decir hipocondría no es sino decir que se trata de una enfermedad no identificada.

Si tuviera que calificar mi enfermedad, en todo caso sería la depresión, ese llamado mal de nuestro tiempo, muy propiciado por los aspectos desoladores de nuestra realidad social.

Mis síntomas son –continué mi confesión– los de una grave enfermedad: distracción continua por no hallar nada interesante o estimulante, pérdida de la alegría por las cosas sencillas de la vida, insatisfacción de mí mismo, de modo que ya nada acaba por importarme ni ilusionarme. Ya no busco sino quedarme solo para autocompadecerme de padecer tan virulento mal y aun para evitar la molestia de provocar en otros el vano intento de ser consolado, pues tenía la certeza de que ya todo era inútil.

En mi explicación no aludí a la desmotivación en el trabajo, el cual tiene una clara orientación hacia la lucha por la justicia social, para evitar complicaciones innecesarias. Cuestión de pedagogía –pensé–, aunque cuántas veces los pobres nos dan cátedra de esas realidades, por aquello de que ellos aprenden en carne propia lo que el resto aprendemos por medios muy indirectos y abstractos.

De cualquier manera, me sentí satisfecho de la explicación que le di a la abuelita, concretamente lo de localizar mi mal en el corazón, pues tengo la certeza libre de que nuestras enfermedades psíquicas tienen un origen mucho más afectivo que de cualquier otra índole, aunque muchas veces aparezcan envueltas en ropajes fisiológicos o de otra índole, lo cual ha hecho florecer jugosos negocios dentro de la medicina, la psicología y la psiquiatría.

Me perdía en tan distraídas cavilaciones, cuando Celia me tiró del brazo para regresarme a la realidad real, e indicarme que el Chamán me estaba llamando. No se dirigía a mí porque quisiera encontrarse conmigo especialmente, sino simplemente porque estaba llamando a uno por uno de los presentes y a mí me tocaba el turno.

Fue entonces cuando caí en la cuenta de que no se trataba de un tipo común, es decir como nosotros, aunque en nada nos distinguiéramos externamente. Sería el brillo de sus ojos vivos y grandes, o la energía que sin duda emanaba de su cuerpo, el caso es que había algo en él que atrajo poderosamente mi atención. Me contrastaba el hecho de que siendo ese magnetismo tan real y siendo tan fuerte ese algo que me atraía hacia él, proviniera de alguien tan diametralmente opuesto a un personaje de fama o de poder. Más aún, actuaba como si no se diera cuenta de poseer eso inexplicable.

De momento, esa naturalidad con la que se conducía me hizo pensar que tal vez ese hecho no era sino mi propia imaginación, o alguna sugestión causada por la expectativa colectiva en torno a él.

Un poco repuesto de la impresión, me dirigí a él tratando de no demostrarle el impacto que me causaba, más que nada pensando en que podía romper aquel encanto que tenía de unir en una misma persona la grandeza y la sencillez, un encanto parecido al de casi todas las niñas que, siendo tan lindas, aun no han cobrado conciencia de lo que son, ni han aprendido a opacar su belleza con la coquetería. Lo que yo quería evitar era simplemente contribuir a que aquel hombre de rasgos tan ordinarios e inauditos a la vez, pudiera empezar a creerse el Chamán de Televisa.

Me acerqué a él, le tendí la mano para saludarnos con el rito ordinario, al tiempo que le dije mi nombre, como acostumbro, a lo cual él sólo contestó con un lacónico "hola" y me invitó con un gesto a entrar en la pila, como lo estaban haciendo los demás antes que yo.

Viendo lo que hacían los demás, acepté de buena gana quedarme en paños menores, para poder meterme al agua.


Dicho sea de paso, nadie parecía tener miradas eróticas o pudor, en buena parte porque nuestros cuerpos no alcanzaban a sugerir tales sentimientos y también porque aquel ambiente era muy familiar, por lo que nos sentíamos hermanados, aunque no nos hermanara sino el más elemental instinto de acuerparnos frente a la indigencia que nos azotaba por igual, y tal vez nuestra común ilusión en que aquel hombre haría algo por nosotros. Todo lo demás era lo de menos.

Al principio sentí el agua muy caliente, tanto que creí que no la iba a poder aguantar. Luego el cuerpo se fue acostumbrando a ella, y sintiéndola muy agradable y acariciante.

Se notaba que el agua era corriente y estaba muy limpia, pues permitía ver claramente nuestros pies en el fondo de la pila. La sensación predominante era de una gran libertad, junto con una deliciosa experiencia de acogida. Era como si hubiera vuelto momentáneamente al seno materno, protegido de la sordidez del mundo circundante por un cálido torrente de líquido amniótico, lo cual me introducía leentaameentee en un clima de paz que nunca creí que algún pobre mortal pudiera llegar a vivir en este Valle de Lágrimas.

Me quedé allí varios minutos, o tal vez fueron segundos, casi sin moverme, dejando estar el cuerpo por completo, cediéndole al empuje del agua la tarea de lidiar con las cuestiones de la gravedad, totalmente suelto, digamos despreocupado aun del esfuerzo de existir, limitando al máximo el gasto de energía, al grado de temer un poco llegar a caer en uno de esos trances de fakir.

Luego el Chamán me volvió al mundo de los humanos, moviendo mi hombro izquierdo con su mano del mismo lado. Se había dado bien cuenta de cuán ido andaba yo en aquel éxtasis líquido en el que me había sumergido en cuerpo y alma, y me lanzaba una sonrisa de aceptación benévola.

A unos metros de donde nos encontrábamos los dos, se hallaba Celia, también dentro del agua. Alcancé a verla un instante antes de entrar en diálogo con el Chamán, observando la escena, muy pendiente de aquel encuentro y de lo que pudiera estar a punto de suceder.

Para ese momento, personalmente ya había ido cultivando una gran fe en ese hombre y en sus poderes sobrenaturales. Me pareció que bastaría con una palabra de su boca para que yo quedara convertido en otro hombre completamente nuevo y pleno.

Me preguntó qué me pasaba. Yo, tratando de decírselo en una sola frase, le respondí las palabras que en ese momento me vinieron a la mente: "He perdido la capacidad de amar, señor, ayúdeme". El solamente añadió, con voz muy grave: "Ese mal no puedo remediarlo, pero tiene remedio, no pierda la fe, siga buscando... disculpe". Y se volteó a seguir atendiendo a los enfermos que lo jalaban por detrás con insistencia.

Caí en el más amargo y horrible de los desamparos. Luego que logré reaccionar, me dominó un coraje inusual en mí. ¡¿Disculpe?!... con un vil "disculpe" hacía saltar en pedazos la esperanza que con tantos trabajos y cuidados había logrado conservar hasta ese desdichado momento.

Salí del agua maldiciendo a aquel merolico, pensando en cómo había sido posible que ese embustero hubiera sido liberado y anduviera haciendo de las suyas impunemente contra esa pobre gente indefensa, en cuánta razón tenía el respetable galeno que lo había acusado... Y con esas y otras muchas razones trataba de digerir aquel desenlace de pesadilla.

Luego de secarme con la toalla que llevaba en el morral, me cambié la ropa interior, me vestí y esperé a que Celia hiciera lo mismo, para emprender el regreso cuanto antes.

Ya andando hacia el sitio de donde saldría el autobús, me desahogué sin traba alguna con ella, recapitulando los movimientos interiores que había tenido desde el principio del viaje, sin preocuparme por repetirle mucho de lo que ya habíamos vivido juntos. Lo único que quería era sacar lo que me revolvía las entrañas y me hacía daño. Le conté cómo mi incredulidad inicial se había ido trocando en aceptación de ver al Chamán, luego en una expectativa que terminó en fe ciega, y finalmente cómo esa fe ciega me llevó a estrellarme tan escandalosamente contra aquellas crueles palabras del Charlamán, con las que me mandaba de regreso como había llegado, o mejor dicho, mucho peor, con una decepción más a cuestas, como para acabar de documentar mi pesimismo, que con lo acontecido ya pasaba a ser catastrofismo.

Por su parte, Celia se limitaba a escuchar, tratando de no perder la serenidad, pero a la vez visiblemente conmovida por mis palabras, que pronunciaba con voz quebrada, al revivirme el dolor de aquella experiencia.

Me tomó del brazo, apenas encima del codo, expresándome su cercanía comprensiva, y así seguimos caminando, sin prisa, como diciendo con los gestos que no había ya ni a dónde ir ni para qué. Era evidente que ya todo perdía sentido para mí, y por su andar solidario a mi lado, en cierto modo también para ella, puesto que a juzgar por la expresión de su cara, lo lamentaba tanto o más que yo.

Luego abordamos pesadamente el camión y emprendimos la vuelta a la gran ciudad.

Por primera vez viajábamos en silencio, el mío con el agrio sabor del fracaso, el suyo de respeto y delicadeza. Llegamos a la terminal del D.F. y nos despedimos, pues ella habría de transbordar para continuar a Guadalajara. Nos abrazamos y yo le agradecí muy sinceramente su compañía. Se me grabó muy hondo que si algún sentido aún le quedaba a mi vida, ella se lo llevaba con nuestra separación.

Parecía que sólo quedaba el difícil reencuentro con los nuestros, con lo cual acabaría aquella aventura. No vale la pena detenerme en lo que pasó al regresar a casa. Basta imaginar los reclamos justificados que todos hemos oído alguna vez, en situaciones como ésta.

Ya de vuelta a la vida ordinaria, yo no podía siquiera imaginar lo que ahora sí estaba a punto de suceder, pues ya estaba seguro que lo que me quedaba por vivir ya no sería yo mismo, sino un cadáver ambulante, que se arrastraría en espera del descanso definitivo y liberador.

A los pocos días de haber vuelto a casa, me levanté con una ansiedad creciente, a la que no le hallaba explicación alguna.

Sin causa que pudiera identificar aún, comencé a recuperar rápidamente la alegría perdida y a reencontrar el gusto por los pequeños detalles de la vida. Sentía como si un volcancito empezara a hacer erupción dentro de mí. Era un deseo creciente de salir a encontrar a mi gente querida, a los compañeros de lucha y de derrota, a los amigos nuevos y viejos, para contagiarles mi gozo inexplicable, convivir con ellos y soñar con ellos qué hacer para que otros muchos despertaran a esta explosión interna de regocijo, para hablar e intentar lo imposible, la fraternidad local, nacional, universal y otros muchos sueños quijotescos.

No podía ocultar ese cambio radical que estaba revolucionándome por dentro, pero tampoco sabía dar razón de él y de su origen. Por supuesto que no le veía relación alguna con el reciente y fallido viaje con Celia a Hidalgo. No atinaba a atar cabo alguno, por más que me esforzaba.

Seguía sumido en la búsqueda de la explicación de aquel fenómeno aún en la oficina, ya de vuelta al trabajo, cuando me sorprendió una llamada de Celia, desde Guadalajara. Hablaba para saludar y para preguntar si me encontraba bien. También se disculpó amablemente por las contrariedades referidas en el viaje. Recuerdo que yo sólo articulé dos frases cortas: que no tenía importancia lo del viaje y que le repetía las gracias por su compañía. Sentí que hable mecánicamente, como sin poder conectar la boca con el cerebro, e inmediatamente después, colgué la bocina, también como un robot.

Me sentía completamente turbado y paralizado de pies a cabeza por la emoción. Apenas acababa de caer en la cuenta: ¡Dios mío, cómo pude ser tan estúpidamente idiota!, ¡Qué ceguera la mía para no ver lo que tuve delante de los ojos por tanto tiempo! ¡Qué torpeza tan extrema! la que me impedía entender que ella había tenido razón: ese viaje me habría de cambiar. Pero no fueron las artes del Chamán, sino aquella tan sencilla pero estrechísima convivencia con ella. Ahí radicaba lo que me había renovado por completo el corazón y las entrañas.

No había podido hallar la causa de mi mutación simplemente porque cada vez más esperaba que el cambio llegara de algún milagro espectacular, mirando en dirección diametralmente opuesta a donde se hallaba la causa eficaz de mi transformación. Perdiéndome cada vez más en mi propio laberinto, no podía siquiera imaginar que para encontrar la salida era preciso caminar en sentido contrario al que caminaba.

El secreto estaba en la iniciativa de Celia de entablar esa intensa comunicación interpersonal, en su limpio deseo y su afán de ayudarme, en su insistencia empapada de cariño, de buscar un remedio para mi mal, en verla cómo redoblaba su ánimo frente a mi desgano y mis resistencias a ir tras el Chamán. Pero lo que había estado más en el fondo de la cura milagrosa, había sido sin duda esa increíble cercanía, esa paciente escucha y atención a mi persona, en suma, su gran esperanza sosteniendo la mía, al borde de la extinción, de seguir adelante, luchando a brazo partido contra la claudicación.

Intuir ese secreto fue lo que despertó en mí tan desmesurado agradecimiento, y me fue liberando de tantas ataduras y heridas internas. Después de haber estado tan decepcionado de mí mismo, había estado tratando de reencontrar la ilusión perdida de mi vida como el ciego que busca en un cuarto obscuro a un gato negro que ni siquiera está allí.

El secreto de lo que viví, a pesar de todo lo que hice inconscientemente para evitar que el milagro sucediera, no era nada nuevo, era algo casi obvio, pero por obvio muy olvidado por mí, y no estaba sino en dejar que lo cotidiano de una sencilla amistad como la de Celia, se radicalizara, hasta desplegar todo el poder transformador de una amistad.

Aquel día debió haber sido como cualquier otro para la inmensa mayoría de la humanidad. Ciertamente, no para mí. 

fpg y rgt / diciembre de 199512