Un librillo excepcional


No escribo mucho, como en otro tiempo, para nuestras Noticias, pero quiero hacerlo ahora, por presentar a quienes no lo conozcan un librillo excepcional: Ignacio Iglesias, S.J.: San Ignacio de Loyola - Del Íñigo en busca de Dios al Ignacio compañero de Jesús / edibesa, Madrid, 2010 [isbn: 978-84-8407-925-5]; presentación a la que añado las señas de la casa editorial: Madre de Dios, 35 bis - 28016 Madrid - Tel: 91.345.1992 - Fax: 91.350.5099 - edibesa@planalfa.es - www.edibesa.com.

En pocas palabras, el libro es maravilloso, sencillo y profundo, como, por él, aparece haber sido Ignacio Iglesias. Paralelo en alguna forma a la 'Biografía documental de Eusebio Francisco Kino' de Gabriel Gómez Padilla, el autor da la palabra al mismo Ignacio cuantas veces le es posible, y sólo en pocos casos a testigos inmediatos, como Ribadeneyra; por lo que cita numerosas veces la Autobiografía, el Diario Espiritual y los Ejercicios, y eventualmente alguna Carta, la Fórmula del Instituto o las Constituciones (y la Biblia), siempre entretejido todo en un texto sin pedantería alguna, que va acompañando al lector a penetrar en la vida interior de Ignacio, toda ella una continua 'conversión'.

Divide el autor en tres partes el cuerpo del libro, precedido de una 'Presentación' y seguido por un 'Cierre': 'El mundo que recibió a Íñigo López de Loyola', 'Íñigo López de Loyola' y 'Conversión'.

La primera pinta en maravillosa síntesis el mundo dicho: 'Un Occidente en expansión y en conflicto (Islam, América, Castilla-Aragón, Occidente, la tierra de Íñigo y El Renacimiento)', 'Una Iglesia necesitada de reforma profunda', y 'Loyola'.

La segunda, más breve, tiene un único capítulo: 'Íñigo, un cristiano'.

La tercera, la más amplia y profunda de las tres, se desarrolla en seis capítulos, cada uno a su vez subdividido en episodios peripéticos. Son ellos: Loyola o el encuentro; Manresa o la escuela; París y los amigos; Roma, su Jerusalem; Una ventana a su intimidad, y "Y que esto era fundar verdaderamente la Compañía".

A mi ver y sentir, mucho más que una biografía, la obra de Iglesias es un libro de oración: un ir muy verdaderamente al fondo de Ignacio, para allí encontrar a la vez el fondo mismo de la Compañía: la amorosa presencia activa de Dios en un hombre conducido por intransitadas brechas desde el 'grande y vano deseo de ganar honra' hasta el anhelar, laborar y suplicar únicos 'para que su santísima voluntad sintamos y aquella enteramente la cumplamos'.

Sin quererlo, el mismo Ignacio Iglesias se trasluce en su última obrita, de sólo 192 páginas en cuarto (20 x 14) cm², terminada apenas poco antes de su última hazaña: su muerte, el 11 de septiembre de 2009: Un jesuita salmantino de cuerpo entero y alma entera, cercanísimo amigo y colaborador de Pedro Arrupe, por tiempos Provincial de León, Asistente de España, Provincial de España, Presidente de la CONFER [Conferencia Española de Religiosos] y Director del Secretariado Inter­provincial de Ejercicios [de España] y de la Revista Manresa. Conservo y valoro como un tesoro la carta que me escribió de su mano el 19 de abril de 1993, de la que me complazco al transcribir ahora siquiera su primer y último párrafo:

He buscado un "Félix" en el Catálogo de México y sólo he encontrado su nombre. Por ello y porque veo que se dedica Vd a Ejercicios, deduzco que puede ser Vd el autor de un pequeño MANUAL DE EJERCICIOS, impreso en 1989, que acaba de caer en mis manos. (... ... ...) Ciertamente me parece que Dios le ha dado un carisma, que no figura entre los de 1 Cor, 12, el de la traducción y adaptación terminológica, con la que hace llanas e inteligibles para muchos las expresiones ignacianas y sus contenidos.

El librillo lo conocí yo, en mi visita última a México, como regalo de día de santo: el 20 de noviembre del año pasado. Lo he leído varias veces, y, leyéndolo de nuevo, me llegó la visita a Hermosillo del Patacho. A él lo sugerí, como muy útil para compañeros en probación o en formación, y aun para los ya formados que tengamos consciencia de que aún necesitamos convertirnos. Me atrevo a copiar la última parte del libro, que en alguna manera lo resume:

CIERRE

La conversión no es un episodio aislado, que se puede analizar en sí mismo. Es un nacimiento (Jn 03:03). Es vida nueva, que crece sin parar. Es un río, que se va abriendo su cauce original, ayudado por las mismas rocas que parecen estorbarle.

Del «grande y vano deseo de ganar honra» inicial de Ignacio, al que «su santa voluntad siempre sintamos y en todo enteramente la cumplamos», hay una larga vida, una larga y profunda conversión, en la que Ignacio va «llevado», de sorpresa en sorpresa, de descubrimiento en descubrimiento, por el activo e infinitamente respetuoso Amor, que es Dios. Y lo sigue, no lo precede.

El paso a paso y el día a día de ese camino están hechos de retazos de conversión:

— del hacer más y mayores penitencias que nadie, al moverse por agradar a Dios (Jn 08:29);

— del yo lo tengo de hacer, al vivir preguntando a Otro: ¿qué he de hacer?;

— de la seguridad en sí mismo, en el dinero, en los amigos.., al en él solo la esperanza;

— de la impulsividad al discernimiento;

— del yo, por mí, para mí, al «los otros», al ayudar las ánimas, al que no se puede ya renunciar;

— del héroe, al servidor;

— del yo, al «nosotros», a la unión y congregación que Dios había hecho (los «amigos en el Señor»);

— de las devociones, a la devoción, entendida como familiaridad de encontrar a Dios en todas las cosas;

— de su «propósito» personal, Jerusalén, a la búsqueda de la voluntad de Dios, ya que no era voluntad del Señor que quedase en aquellos lugares; y del «propósito» colectivo del grupo de París, también Jerusalén, a la misma entera disponibilidad a Cristo en su vicario, en Roma;

— de las seguridades de la casa de Loyola, a la intemperie de la pobreza del hospital de Azpeitia y al solo y a pie de su camino al salir de los límites de la provincia, etcétera...

Ignacio enciende conversión por donde pasa; pero no por repetición de la suya, sino por encendido de una nueva. Así concibió los Ejercicios; como en los fuegos artificiales, un mismo fogonazo enciende multitud de luces diversas. En cada ejercitante arde Dios con su propio fuego.

La conversión no se puede institucionalizar, ni regular. Es lo más original de Dios y del hombre. Una Institución no convierte, ni se convierte; se reforma por hombres y mujeres convertidos. Sólo si se deja reformar, ayuda. Ignacio lo concluyó de su propia conversión para los que se incorporan a la Compañía de Jesús:

 
«Procure, mientras viviere, poner delante de sus ojos, ante todo, a Dios, y, luego, el modo de ser de este Instituto, que es un camino para ir a él y alcanzar con todas sus fuerzas el fin que Dios le propone, aunque cada uno según la gracia con que le ayudará el Espíritu Santo, y según el propio grado de su vocación (Formula Instituti [citada según el texto aprobado por Julio III, e incluido en su bula Exposcit debitum, del 21 de julio de 1550])».

 

FxsI
comunidad Rafael Campoy
C° de la Campana, Hermosillo, Son.
20120526

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