Alegría en prisión...

       A mí también me atrapó la diluvial lluvia de ayer, y, sin señal de celular, decidí hoy no ir al Cereso 'Hermosillo II', del km 21 a Bahía Kino. En casa, pues, al reanudar su llanto el cielo, empezó también a entristecerme, y procuré traer a mi mente encendidas alegrías, muchas de ellas por mí robadas de la cárcel: la de 'la libertad' de un compañero, la de una visita conyugal o familiar, las de un triunfo escolar o deportivo, o de una simple charla, cumpleaños o festejo cultural.
Me detengo en una, que me entretiene y me retiene, pues parece superar a aquéllas todas: si no en momentánea intensidad, sí en solidez y duración, y por el sedimento firme que, terminada cada jornada, va dejando, base de construcciones sólidas futuras, menos ilusorias que los castillos de naipes de los ensueños cotidianos. Es ella contagiosa, y, por recontagiarme de ella, la rumio mientras llueve, en tanto se asoma a mi teclear algún posible lector dispuesto a contagiado agradecerlo.

       Dos veces al día, cerca de las 12 y de las 4, saludo de corazón, mano y palabra, en los pasillos del Cereso, a quienes del área laboral vuelven a la de sus habitaciones: Una muy larga fila de varones, mayoritariamente de poco más de 20 años, con chaleco naranja sobrepuesto a lo más gastado de su habitual vestuario: tenis, mezclilla, camisa, camisola o sudadera, algunos con guantes y la mayoría con gorra otrora deportiva; dignísimamente ungidos de polvo ensudorado adherido a toda su sonriente persona.
Llenan su tiempo fabricando artesanalmente tabique puzolánico, barato y resistente, que satisface con holgura los requerimentos de la industria constructora. Los he visitado brevemente en sus áreas laborales, y he constatado ahí lo que quizá ellos al vivirlo apenas sí perciben, pero que los acompañará por años como uno de sus mejores recuerdos carcelarios:
En cuadrillas de unos diez, van acarreando materiales, mezclándolos en proporción precisa, arrimando la mezcla a los moldes y llenándolos, emparejándolos y dejándolos reposar en un primer secado, desmoldándolos para un mayor descanso, apilándolos luego y, al fin, entarimándolos para que los recoja el montacargas. Todo, en un ambiente excepcionalmente fraterno, salpicado de agua fresca que rehidrata los cuerpos agostados por los soles estivales, y de bromas y buen humor, que aligeran la carga sentenciada y apresuran el pasar lento del reloj y el calendario.
He visto descongelarse allí sonrisas que parecían fosilizadas muecas, convivir y compartir a quienes parecían indiferentes o rivales, reenergizarse a casi bultos que, tendidos horas y horas ante un televisor letal y agonizante, acariciaban dormitando irrealizables sueños o huían de aplastantes recuerdos o fantasmas seductores.
Soy testigo, en breve, de una realidad muy real: de una industria rehabilitadora, que fabrica tabique para construir viviendas, con procedimiento sencillo que cualquier excarcelado podrá repetir él solo en provecho directamente propio, o, mejor aún, asociado con tres o cuatro compañeros: A la vez que ahora cumplen su condena, se capacitan para construir o mejorar a poco costo su vivienda; la de sus padres, la de su esposa, la de sus hijos, a quienes quieren bien, como que son seres humanos.

       Pero, lo principal, el interno está construyéndose a sí mismo, o, al menos, está fabricando el material con que puede construirse; está aprendiendo lo que el mundo en que se crió no le regaló en la familia ni en la escuela: El valor de su propio afanarse constructivamente organizado, la capacidad suya de lograr metas remotas por esfuerzos menores repetidos, el convivir laboralmente en colaboración respetuosa, la indispensable y libre y obediente disciplina entre iguales que toda asociación requiere, la solidaridad generosa que mejora el rendimiento del trabajo, así como las delicias de un sueño que restaura tras una jornada fatigosa y de un alimento substancialmente sabroso, como adquirido por el fruto del trabajo propio.
Con depurada y restaurada fe en sí mismo, al vivir sensatamente su momento, el joven digiere su pasado y de él se nutre al procesarlo libremente, con lo cual va construyendo su propia libertad, y va haciendo su futuro. No en sueño o en teoría; sino en los hechos: Quizá no se dé mucha cuenta del proceso, pero va sabiendo palpablemente que sí puede, que sí vale, que es capaz; desarrolla su inteligencia, su corazón, su musculatura, y los desarrolla en grupo, en tolerancia, en paciencia, en laboriosidad, en descentramiento de sí mismo y buena salud, con lo que va cuajando gozoso como un honesto padre de familia, como un marido fiel y responsable...
Podrá ayudarse, sin duda, por lecturas, charlas, cursos, terapias y muchas cosas más; pero nada le será tan real como lo que con sus manos hace y mira con sus ojos, lo que siente y saborea con todo su corazón y su cuerpo; a saber: su propia dignidad, palpada en el trabajar comunitario y productivo. Creo que esta experiencia, totalizante y prolongada, es el mejor material con que el interno joven puede reconstruirse a sí mismo, al construir su libertad y su consciencia.
Al hacerlo, recupera una herencia que, o nunca recibió, o tal vez despilfarró por no saber valorarla: Lo mejor de nuestra tradición mexicana y sonorense: el amor a la familia y al trabajo, legado de quienes habitaron antes que nosotros estas tierras. Será él quien la incremente y la transmita, en una cotidiana y constructiva convivencia familiar, en que la cercanía humana se valore en el hogar más que el dinero...
Y, hablando de dinero, es cierto que toda esta alegría requiere de inversiones monetarias, y es cierto que, internos como inversionistas, desearían obtener más de sus aportaciones en el proceso productivo. Así es este mundo en que vivimos. Ojalá alcancemos a aprender que lo que verdaderamente vale gratis se da y gratis se recibe, y que la libertad y la felicidad no se venden ni compran con dinero.

       Terminé de escribir esto para mí, y no cesa la lluvia. Con mis hermanos internos, comparto sin tantas palabras mis penas y alegrías; pero quiero compartir ésta también fuera de la cárcel. Por eso, envío estos renglones a algunos amigos, incluido entre ellos quien puede publicarlos.
Sé que ellos, como otros, pueden impulsar más el crecimiento humano de estos jóvenes, constructores del Sonora de mañana; y sé que quieren hacerlo. A nombre de los 'tabiqueros del Hermosillo II' y de sus familias, les agradezco sus empeños. Los jóvenes lo merecen, y Alguien que a todos mira nos quiere y nos sonríe.


Cerro de la Campana, Hermosillo, viernes 30 de julio del 2010.
Pbro. Félix Palencia, sI.

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