Cereso 2 - una asomadita al corazón de Fx

20061017

Puerta nueva
Jacobo vino a casa a verme, con su novia italiana, creo el jueves pasado (12 octubre), y, al comentarle yo la situación del Cotume, me dijo que Norma Abril, directora del Cereso 2, es medio pariente de ellos y amiga de su papá. Le pedí comunicación con Chuy (su papá), y el domingo fue éste a misa.

Lo llevé a su casa, con Eloy, y nos tomamos un café con él. Le traté el asunto, y me dijo hablaría con Norma. El lunes me llamó, cerca del medio día, y me dio un teléfono, en que Norma esperaba mi llamada. Me dio ella cita para hoy, martes 17, a las 6 de la tarde, en su casa, y acudí puntual a ella.

Hablamos hora y media, creo con claridad y sinceridad, y me abre la puerta del Cereso. Lo describe como de un estilo nuevo, inspirado en uno de Kansas City, y quiere contar conmigo, aun de tiempo completo. Quedó de enviar por mí el viernes (20), a las 10 de la mañana, para que, si quiero yo, me pase el día entero allá, con comida y transporte de regreso.

Ya después, iría yo por mis medios; pero aun me ofrece pagar la gasolina. Parece confiar del todo en mí, y en la Compañía, y me ofrece entrada libre a todo el Cereso, sin límites de tiempos o lugares. Por lo pronto, me propone estar más con un grupo de cien recién llegados, que inician su preparación para salir.


20061023
El viernes 20, a las 10 en punto, llegó por mí Arturo Rodríguez, administrador del Cereso 2. Me recibió Norma, y pronto me presentó a Mari, su segunda, que fue mi guía por todo el Cereso (excepto zonas habitacionales), incluídos talleres, aulas, cocina, cubículos de psicólogos y anexos, hospital (aun con quirófano), canchas y demás, y me presentó a comandante y algunos guardias.
Luego, me dejó en la escuela, tras presentarme a Virginia, de 'Pastoral Penitenciaria', que, con unos 30 o 40 internos, esperaba al padre Varela, para la misa de 11. Como éste no llegara a las 11:15, Virginia y su compañera me pidieron misa, y estuve dispuesto a hacerla; pero, a falta de vino, que suele llevar el padre, hicimos liturgia de la palabra, con las lecturas del domingo 22, que ya tenían preparados dos lectores (pues el evangelio 'le toca al padre'). El salmo, entero, fue cantado en semigregoriano por la 'compañera' (cuyo nombre no recuerdo), con antífona repetida por todos, y hubo dos o tres cantos más, medio seguidos por el grupo de internos.

Comenté luego brevemente una o dos frases de lo leído, insistiendo (por ser ello de la misa del 'Domingo de las Misiones') en que no había solución realmente humana y verdadera, si no lo era potencialmente para todos, ni menos si aumentaba los problemas de otros. Luego, unos cinco internos comentaron brevemente algo.

Minutos antes de las 12 terminamos, pues a las 12 es la comida. Aún en el aula, entró el Toto a saludarme, como conocido que ya era del Cotume; y se me pegó de ahí en delante.

Para comer, un guardia me pasó a la cocina, a una especie de oficinilla adjunta a ella; pero, al ir por la comida, me quedé en la cocina, pues allí estaba alguien comiento, ante una mesa, y nos acompañamos. Comimos caguamanta, bien preparada, y la acompañamos con agua de limón. Me llamó la atención el aseo de la cocina, y aun el cuidado en servir la comida, en bandejas de acero inoxidable cubiertas con celofán, y con letreros en él a plumón negro que indicaban los destinatarios de cada bandeja.

Ya antes, el comandante nos había dicho a Mari y a mí que era más prudente que no pasara yo a comer con el grueso de los internos (en la parte baja abierta de sus unidades habitacionales, llamadas los 'pentágonos'), hasta que me conocieran y me identificaran más claramente ellos.

En el recorrido con Mari conocí talleres de mueblería, de soldadura (herrería), de electricidad y de 'manualidades' (donde tejen morrales y hamacas, con tiras de tela de punto, como de camiseta playera). Además, aula de computadoras (unas doce), biblioteca, salón de arte (hasta el momento sin ningún uso) y uno más, de 'pintura', con un caballete, sin cuadro alguno todavía.
Me impresionó favorablemente ver la cantidad de vidrio en puertas y ventanas, la aparente debilidad de las rejas interiores, y el libre tránsito de los internos en el espacio amplio que les corresponde, incluida escuela, canchas, cocina, talleres, etcétera. Así también, el baño, con mingitorio de acero inoxidable, y verdaderamente limpio; e incluso algunos visillos redondos, por ejemplo, en la cocina, con acrílico, y todo ello sin un sólo 'grafito' rayado en ellos (sólo dos o tres, no obscenos, sino simples 'plakazos', en el mingitorio, y con lápiz, sobre el azulejo.

Al salir de la cocina, me esperaba el Toto. En algún momento me invitó agua fría, para lo que, sin más, pasamos a la dirección escolar, a donde sin estorbo entramos, y, de ella, a su bodeguita, donde hay garrafón de agua fría y vasos, además de material escolar más o menos abundante. Me sorprendió pasáramos sin vigilancia alguna, y nada hiciera él por robarse ni siquiera un lápiz.

El Toto me llevó casi a repetir el recorrido antes hecho con la Mari, especialmente la carpintería o fábrica de muebles; donde estaban en descanso, tras la comida, unos quince internos, uniformados de la cintura para arriba, con camisa anaranjada, laboral.

Saludé, en algún patio o corredor, al Borrego, conocido del Cotume, y a otro joven en la misma situación, cuyo nombre y apodo desconozco. Así también, a dos o tres guardias de allá conocidos, como también a uno o dos maestros y a una psicóloga.

Muy cerca de las tres, el mismo Toto me invitó a salir, pues ya casi se acababa su tiempo libre: me dice que a las cinco se sirve la cena, en los 'pentágonos', y pasan luego a sus celdas, en las que se les encierra, hasta el día siguiente. Me acompañó todavía él hasta donde termina la zona que les corresponde. Allí pasé al pasillo pequeño del puesto de control, donde me despedí de un guardia conocido. El avisó a la puerta siguiente, y, ya de allí, me acompañó otro guardia a las oficinas de la dirección.

No estaba en ellas Norma, pero sí Mari, que atendia ya a la salida de buen número de los empleados, mayoritariamente femeninos. Entre los varones salió 'el Negro', enfermero conocido mío, que me reconoció pronto, y me ofreció traerme a casa.

Añado, pues se me pasó mencionarlo, que en lo que llaman la 'plaza' (frente a la escuela, como de dos canchas de basquet de tamaño) están sembradas sandías, calabazas, melones y chiles; y se habla de un proyecto agrícola más amplio, con ayuda de la escuela de Agricultura.

Volví hoy, lunes 23, al Cereso:
Raúl, feligrés del CCU, el domingo me ofreció llevarme allá, por platicar conmigo en el camino. En el kilómetro 21 a Bahía Kino, a la izquierda frente a una loma aislada, empieza la terracería o brecha, como de trescientos metros, hasta una caseta de control, donde anotan nombres, placa del carro y ausunto. Raúl me dejó a la mera puerta o sitio de entrada. Allí saludé a otro guardia antiguo del Cotume, quien me indicó el camino, un poco laberíntico, hasta la dirección, a la que, en el retén, había dicho yo que iba.

Estaba yo en su antesala, cuando Norma me llamó por mi nombre, y pasé a su oficina, para estar allí una media hora, en que me comentó asuntos cotidianos del penal. Me dijo que ella saldría cerca de las tres, y que podría traerme a mi casa. Eran ya como las once y media, cuando pasé a 'los interiores'.

Sin más, entré a la zona escolar, y saludé a varios internos, con alguna conversación pasajera e intrascendente con ellos. Como a la media hora, me localizó el Toto, y me llevó a conocer un taller nuevo, al parecer para trabajar madera, que apenas están instalando desde el sábado, con material y maquinaria nuevos, y que –me dice– no va a ser ya de una empresa externa, sino del Cereso mismo. Allí saludé al maestro de electricidad que había conocido en el Cotume, y me enseñó, satisfecho, las instalaciones, en tanto comentaba también los proyectos laborales.

Se acercaban las 12, y el Toto me encaminó a la cocina, para irse luego él a su pentágono. Me asomé a ella, pero no entré, pues me invitaron los del taller de manualidades a comer con ellos, muy cercano a la cocina. Me prestaron plato y cuchara, y la comida fue pozole, aguado pero muy bien sazonado y abundante, acompañado de tortillas y agua.

Comimos en mesa de plástico larga, sin sillas, en el corredor frente al taller; pero, como se soltó la lluvia, acarreamos comida, no mesa, al interior del taller. Allí conversamos medio en grupo, al comer, y, al terminar, me buscó plática José Luis; misma que se alargó como hasta cerca de las dos. Llamaron del taller a José Luis, y, ya para despedirse, me enseñó un balero sencillo de madera, hecho por él.

Platiqué, allí mismo, un rato con Martín, no hace mucho trasladado de Cumpas, cuando se cerró el penal de allá, pues sólo eran 27 los internos: con otros compañeros suyos tiene proyecto de iniciar en el 2 un taller de talabartería, con vaqueta traída de Cumpas y mercado seguro en Hermosillo, Peñasco, San Carlos y del otro lado.

Fui hacia la escuela, y el Toto me abordó de nuevo. De hecho, resulta ser hermano del Chespi, de los más asiduos escritores de La Interneta, a quien dos o tres veces traté de encontrar en Los Olivos, su barrio. Me dio indicaciones precisas para hallarlo, y espero darme una vuelta de nuevo por allá.

No faltaba mucho para las tres, cuando me avisó un interno que me llamaban de la 'puerta 2' (el antes citado puesto de control). Fui allí, y Norma me mandaba decir que ya iba de salida, y que me esperaba para traerme a casa. El recado lo llevaba nada menos que el Subdirector (o 'un' subdirector), a quien no había visto antes. Me acompañó hasta la oficina de Norma, con quien todavía platiqué un ratillo, hasta que nos vinimos a Hermosillo, y me dejó en casa.

Siento inmediatamente que, sin dudar ni poder dudar de ello, el estar de nuevo con los presos me da vida y alegría: siento que son mi mundo y que yo soy de ellos y para ellos. Los considero buenos a todos, y ciertamente mis hermanos. No los juzgo, sino los quiero, y algo sé de lo que significan a veces sus mentiras o silencios. Me es completamente claro que, si a la sociedad deben ellos algo por lo que están pagando, mucho más a ellos la sociedad les debe... y no piensa pagárselos. Me agrada especialmente el ambiente que empiezo a percibir en este 'Hermosillo 2', al que me siento inclinado a llamar simple y afectuosamente el '2'.

Mucho agradezco a Papá que tan inesperada como ampliamente me esté abriendo él la puerta, así como la oportunidad que me da también de establecer nueva amistad con personal del 2 al que hace quince días ni de nombre conocía. Vuelvo a sentir llena mi vida; no sólo mi tiempo; y el encuentro con mi mundo me impulsa a buscarlo también fuera, aun con inversión de tiempo y de recursos económicos (de hecho, llamé ya a Caborca, y deseo ir pronto a Los Olivos (ahorita mismo iría, si no fuera por la lluvia, que no ha cesado de caer).

Me siento también movido a tener más cuidado con este regalo recibido: a esmerar alguna prudencia, por no perder este tesoro; especialmente, en el hablar o el expresarme. Porque soy consciente de la necesidad de conservar la confianza que me hacen los compañeros internos, así como la que la Compañía y el Arzobispo me hacen, y el personal todo laboral del 2, empezando por quien lo dirige.

Sobre todo, he de cuidar mucho el guardar las confidencias sigilosamente, así las de la directora, que ni de lejos he de dar a sospechar a los internos, como las de ellos, que tampoco ni lejanamente he de dejar vislumbrar ante la dirección. Creo son cosas que debo tener presentes en mi examen cotidiano, así como las posibles, aun remotas e improbables, consecuencias que comunicaciones mías sobre el 2 y su vida interna pudieren llegar a tener en cualquier contexto que fuere.

Aun notas como ésta, creo debo considerarlas como exclusivas para Dios y para mí (aunque pueda entresacar algo de ellas para compartirlo a México, con el Presbítero, con Magdalena y con Dolores, que sé se alegran conmigo al recibirlo).

No se me ocurre de momento escribir mucho más acerca de esto: Quizá por ser demasiada mi alegría, no encuentro mucho modo de expresarla. Sólo la imagino en la línea de la gozada por Xavier entre los pescadores de perlas o por Pedro Claver en Cartagena de Indias.

Sólo me queda agradecerlo todo a aquél de quien todo bien dimana, como del Sol la luz o del manantial las aguas, de quien es propio aumentarnos la fe, la esperanza y el amor, así como llenarnos de toda 'leticia spiritual' (como dijera el padre Ignacio).

FxsI

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