San Ignacio y la Gallina

(transcripción: FxsI:MxSoHm:20021113:N:1000)


1. De las Noticias de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús
(nº 218, 2ª época, 25º año – México, D.F., 1º de julio de 1997 – pp. 20-21)

El ave rediviva
Félix Palencia, S.I.
La vera historia

       Siendo yo novicio, en San Cayetano, oí narrar a mi maestro, el Pajarito, la siguiente historia, que -no sé si él lo dijo así- tuve yo por sucedida en Azpeitia, cuando volvió Ignacio a reparar los malos ejemplos de sus años mozos:

       Predicando él con algún concurso de gente, sucedió que cayó a un pozo una gallina, capital único de una viuda pobre. Enterado el santo padre, púsose en oración hincado contra el brocal del pozo, y obtuvo de Dios que subiera poco a poco el agua, en modo que la gallina, que ahogada era ya cadáver, brincó viva, agua afuera del pozo, con que pudo recuperarla la apu­­rada anciana. Y -añadía nuestro padre maestro- fue éste el único milagro que en vida hizo Ignacio, el peregrino; nada espectacular por cierto y ciertamente en beneficio de los pobres.

       Conservé el recuerdo del edificante ejemplo, y busqué en vano recuperarlo de alguna fuente escrita; pero ni siquiera pude del pozo de sabiduría ignaciana de Pablo López de Lara. Carlos Casas fue quien, una pascua en Torreón, me dio la pista, respondiéndome haber oído la narración en Manresa, y aun visitado el susodicho pozo. La desidia me ganó por un buen tiempo; mas, an­dando acá Pàmpols, y en Manresa la gallina, acudí a su catalán auxilio, y redactó para mí un fax que mi computadora hizo llegar al superior de nuestra casa de ejercicios de la Cova Sant Ignasi. Así, gracias al P. Joan de la Creu Badell, puedo en el día de San Ignacio compartir a todos esta vera historia:


La más vera historia

      Una vieja Guía del viajero en Manresa y Cardona recoge la antigua tradición: A una niña de la vecindad se le cayó al pozo una gallina, y a pesar de cuantos esfuerzos se practicaron para devolver la gallina a la niña, no pudo estraerse el animal. Temerosa la muchacha de que su madre la castigase, lloraba amargamente, cuando acertó a pasar san Ignacio, que, viniendo de hacer la cuesta, regresaba al hospital; quien, al ver el llanto de la niña, dirigió al Cielo una súplica. Las aguas subieron hasta el brocal del pozo, y devolvió a la niña, viva y salva, la gallina.
      
       Y la misma guía detalla así la información: Junto a la calle dels Archs, que desde la de Sobreroca baja a la de Santa Lucía, había una vieja capillita dedicada a san Ignacio. Deseando el dueño de la casa honrar más al santo, construyó en el piso bajo un oratorio. Al lado mismo de su puerta está el pozo, en el que se cuenta obró san Ignacio un milagro durante su permanencia en Manresa.

La verísima historia

       Quiso el mal espíritu quebrantar mi devoción al santo padre, y se valió de un tal Nonell y de su obra: Tres glorias de san Ignacio en Manresa a la luz de la más severa crítica (Manresa, 1914). Documenta allí el autor que fue el 1º de octubre de 1730 cuando se autorizó fabricar la capilla de San Ignacio, y asegura que de 1732 en delante la tradición ha extendido falsa­mente que el milagro lo consiguió san Ignacio de modo personal. Reconoce, sin embargo, que a 28 de mayo de 1861 el agua era aprovechada para el diario con­sumo del vecindario y se servía a los enfermos, y aun que, para dicha de los devotos del santo, en los primeros años de este siglo XX todavía se sacaba el agua con facilidad.
      
       Alguien cuyo nombre ignoro dedica a pozo y gallina el capítulo 23 de su libro (páginas 145-147), de título para mí también desconocido. Y, por Nonell, pasa a Monumenta Ignatiana, para llegar a los pro­cesos de canonización del padre Ignacio:
      
       Testifica en ellos Juan Ferrán que muchos rnan­resanos recordaban que en la ciudad iban con­tándose varios milagros alcanzados por la mediación del padre, y que se hablaba de la gallina muerta y resucitada por las súplicas de una niña huérfana.
      
       De hecho, en enero del 1602 Tarragona conoció un concilio presidido por el arzobispo Juan Terés, concilio que convocó también a Ildefonso Coloma. Vuelto a su sede, Barcelona, predicando en su ca­tedral, el obispo Ildefonso recordó las virtudes de Ignacio, y habló también del prodigio de la gallina muerta y rediviva (como atestiguaron en los procesos Juan Calvo, prebítero, y Beatriz de Josa).

       Crónicas contemporáneas hablan de una niña de nombre Paula y Honorada, bautizada el 18 de febrero de 1588 y llamada Inés a sus catorce años, hija de Juan Dalmau, arriero, y de María Martor. Ida al cielo María el 8 de abril de 1595, a las segundas nupcias de su padre lnés vino a tener como madrastra a Juana Grau, de Viladordis.
      
       En ocasión histórica, la madrastra había confia­do a Inés que cuidara de la doméstica ave. Por la circunstancia que fuere, aquella gallina, dando un desacertado vuelo, dio en la boca del pozo, y a duras penas pudieron recuperarla muerta, con muy profundo desconsuelo para Inés, pues tenía la madrastra ra­chas de mal genio y con motivo podía esperarse algún brote de reacción violenta.
      
       Cuando esto sucedía, Segismundo Torres, ve­cino del lugar y sastre de oficio en aquella misma calle, se detuvo viendo el desconsuelo de la niña, diciéndole que nada ganaba con llorar, puesto que ya había muer­to la gallina. A pesar de todo, alguien, quizás el propio Segismundo, tuvo la feliz idea de implorar al padre Ignacio, y aquella plegaria confiada fue el medio de recuperar viva la gallina.

       El padre Juan Gaspar y Jalpí diría más tarde que invocó la interesada al padre Ignacio por haber oído el decir manresano de que él resucitaba muertos; y, por eso, a gritos suplicaba: Padre Ignacio, dame la gallina viva.
      
       El suceso ciudadano parece tuvo lugar en 1602. Siete años antes se habían incoado en Manresa los procesos públicos, colectores de testimonios refe­rentes de las virtudes del padre Ignacio, y precisa­mente el 6 de diciembre de 1601 dio comienzo la segunda ronda de ellos, autorizada por el deán de la ciudad.


La verisísima historia
       Podrán hoy los espíritus neoliberales, como hace un siglo los racionalistas, poner en duda la vera­ciadad de lo narrado; pero prueba de su manresana verdad es que está escrito, y que lo representa un relieve que en la Santa Cova se venera y una pintura que en la capilla del pozo puede verse, en que se muestra Ignacio orante y la gallina reviviente. Y prueba de que fue en Azpeitia es que así lo recuerdo yo, a partir de lo que oí siendo novicio.
Decía -o dice- un texto en la pared de la capilla manresana:
Observa, peregrino,
qué categoría tiene el amor de Ignacio.
El agua de este pozo lo testifica.
Bebe de ella devotamente
y, ya alentado, sigue tu camino.

La verdad de la historia
       A nuestro añoso Colegio de San Ignacio, en Parras de la Fuente -y a muchos domicilios nuestros- la fe popular concurre aún por Agua de San Ignacio, agua viva contra el demonio, el alcoholismo y el espanto; tan viva como la que reparte nuestra Universidad de San Ignacio, en Santa Fe, que exhorciza ignorancias y egoísmos; o la que por cuatro siglos ha irrigado montes y cañadas en la Sierra Tarahumara e inunda hoy -en fraternal alianza- el Valle de Chalco y la Sección Alamedas de la Colonia Polanco, o gotea perma­nente y suavemente en Villa María o en la Sagrada Familia.

       Si queremos seguir distribuyendo Agua de Vida, repi­tamos a Ignacio en su día la oración de la Samaritana a Je­sús, y bebamos, pere­grinos, en nuestro pozo -el de los ejer­cicios y el examen cotidiano- el agua ignaciana, que nos alentará para seguir nuestro Camino.

2. Capítulo 23, de un libro desconocido:

(Transcripción del fax citado en el apartado anterior, procedente el 20 de mayo de 1997, a las 10:25 horas, de la Casa d’Exercicis Sant Ignasi (Barcelona) (fax 8729116), recibido en México, D.F., y a punto de borrarse en Hermosillo, Son., el 20 de noviembre del 2002. El texto impreso está precedido por dos renglones manuscritos: “Atención: P. Félix Palencia” y “De: P. Juan de la C. Badell”.)

XXIII
El pozo de la Gallina

       Con pretendida intención hemos dejado para este lugar el prodigioso relato de la gallina resucitada en el pozo de la calle Sobrerroca. Sólo la tradición local ha venido recordando tan insólito suceso que prueba la piedad ignaciana de Manresa (1).

       Juan Ferrán testifica en los procesos de canonización de Ignacio (2) que muchos manresanos recordaban que en la ciudad iban contándose varios milagros alcanzados por la mediación del Padre Ignacio. Dice asimismo que se hablaba también de la gallina muerta y resucitada por las súplicas de una niña huérfana.

       El día 2 de enero de 1602 fue inaugurado en Tarragona un concilio presidido por el arzobispo Juan Terés (1539-1603), nacido en Verdú. Entre los prelados convocados estaba Ildefonso Coloma, obispo de Barcelona. A mediados de aquel mes, la ciudad de Manresa suplicaba a los obispos reunidos el deseo de conducir con éxito el proceso de beatificación del Padre Ignacio, porque ellos podían mover el ánimo del rey de España y del propio Santo Padre, logrando que la causa tuviera buen fin.

       Ya de regreso a Barcelona y en un sermón predicado en aquella catedral, el obispo Ildefonso recordó las virtudes de Ignacio mientras también hablaba del prodigio de la gallina muerta y resucitada. Así lo testificaron el presbítero Juan Calvo y Beatriz de Josa, como aparece en los procesos (3).

       Las crónicas del tiempo hablan de una niña de nombre Paula, Inés y Honorata. La llamaban Inés y entonces tenía catorce años. Fue bautizada el 18 de febrero de 1588 (4), siendo hija de Juan Dalmau, arriero, y María Martor, que falleció el 8 de abril de 1595. Inés tuvo más tarde como madrastra a Juana Grau, originaria de Viladordis y casada en segundas nupcias con Juan Dalmau.

       Precisamente en una ocasión histórica, la madrastra había confia­do a Inés que cuidara de la gallina doméstica. Pues bien, por la circunstancia que fuere, aquella gallina, dando un vuelo desacertado, dio en la boca del pozo. A duras penas pudieron recuperarla muerta. El desconsuelo de Inés fue muy profundo, porque la madrastra tenía ra­chas de mal genio y con motivo podía esperarse algún brote de violenta reacción.

       Cuando esto sucedía, Segismundo Torres, hombre del vecindario y sastre de oficio en aquella misma calle, se detuvo viendo el desconsuelo de la niña, diciéndo que no llorara, puesto que ya había muerto. A pesar de todo, alguien, quizás el propio Segismundo, tuvo la feliz idea de implorar al Padre Ignacio. Y aquella plegaria confiada fue el medio de recuperar viva la gallina.

       Más tarde, el padre Juan Gaspar y Jalpí diría que la niña interesada invocó al Padre Ignacio porque decían los manresanos que él resucitaba muertos; y por este motivo, a gritos suplicaba la niña: “Padre Ignacio, dame la gallina viva” (5).

       Este suceso ciudadano parece que tuvo lugar en 1602. Siete años antes se habían incoado en Manresa los procesos públicos, que recogían de boca de diversos testigos las virtudes del Padre Ignacio. Precisa­mente el 6 de diciembre de 1601 dio comienzo la segunda ronda autorizada por el deán de la ciudad.

       Uno de los relieves que se veneran en la Santa Cueva, labrado en los primeros años del siglo XVIII, muestra el relato popular de la gallina. Tanto el artista manresano José Sunyer como la pintura de la capilla del pozo (6) ponen como protagonista al Padre Ignacio cuando obra aquel prodigio. Sin embargo, parece que incurren en un error, porque no hay motivo ninguno para creerlo. Un autor que ingenuamente lo afirma es Cayetano Cornet y Mas, si bien su argumento resulta curioso y nada fundado (7). Nonell, en cambio, también Puig y otros, se inclinan por el año 1602 (8).

       El agua del pozo, hasta el 28 de mayo de 1861, era aprovechada para el diario consumo del vecindario y se servía a los enfermos. Continuó más tiempo para dicha de los devotos de san Ignacio. En los primeros años de este siglo XX sacaban el agua con facilidad (9).

       En la pared del pozo se aplicó un texto que decía: “Observa, peregrino, qué categoría tiene el amor de Ignacio. El agua de este pozo lo testifica. Bebe de ella devotamente y, ya alentado, sigue tu camino.”
       La pequeña capilla del pozo es testigo del trasiego ciudadano y del ingenio comercial. Constituye un pequeño oasis de luz y bienestar. Las luces encendidas del altar que brillan noche y día ponen en lo vivo del alma más esperanza.

1. MI, escritos, II, 719.
2. NONELL, El milagro de la gallina resucitada, 41. Cf. Tres glorias de san Ignacio en Manresa a la luz de la más severa crítica (Manresa 1914).
3. Ib. 42.
4. Ib. 44.
5. Epítome histórico de la ciudad de Manresa, 367 (Barcelona 1692).
6. NONELL, o.c., 48: Pedro Oliveras de Navarcles dió autorización “para fabricar la capilla de San Ignacio” el primero de octubre de 1730.
7. Guía del viajero en Manresa y Cardona, 146s: “Junto a la calle dels Archs, que desde la de Sobreroca baja a la de Santa Lucía, había antiguamente una capilla dedicada a san Ignacio. Deseando el dueño de la casa honrar más al Santo, construyó en el piso bajo un oratorio. Al lado mismo de su puerta está el pozo, en el que se cuenta obró san Ignacio un milabro durante su permanencia en Manresa. Dice la tradición, que a una niña de la vecindad se le cayó al pozo una gallina, y que a pesar de cuantos esfuerzos se practicaron para devolver la gallina a la niña, no pudo estraerse el animal. Temerosa la muchacha de que su madre la castigase, lloraba amargamente, cuando aceró a pasar san Ignacio, que viniendo de hacer la cuesta regresaba al hospital, quien al ver el llanto de la niña, dirigió al cielo una súplica; las aguas subieron hasta el brocal del pozo, y devolvió a la niña, viva y salva la gallina.”
8. NONELL, o.c., 48. El autor dice que la tradición, del año 1732 en adelante, ha extendido falsamente, y sin motivo, que el milagro lo consiguió san Ignacio de modo personal.
PUIG, Recuerdos ignacianos en Manresa, 96. Diversos historiadores, como Francisco Tallada y Fidel Fita, fueron repitiendo esta tradición desfigurada. Sin embargo, el texto de los procesos de canonización de Ignacio deja claro que el suceso tuvo lugar el año 1602.

3. De las Noticias de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús
(nº 220, 2ª época, 25º año – México, D.F., 1º de septiembre de 1997 – p. 20-21)




El pozo de la gallina
Luis Javier Palacio S.I. (COL)
31 de julio de 1997

       Creo que siendo una de las pocas leyendas ecológicas de san Ignacio, debemos recuperarla y defenderla con uñas y dientes.
       Hubiera deseado que a san Ignacio se le ca­no­nizara por sólo este milagro o por su leyenda; la cual muestra al santo como un resucitador de galli­nas: al fin y al cabo, el único recurso de la gente po­­bre para alimentarse adecuadamente.
       En Japón un huevo era un regalo de lujo, cuan­­do era un país pobre. Y el huevo de pascua es un bello símbolo de todo el cristianismo, que es potencia de vida y esperanza de un mañana mejor, lleno de piares de pollitos tiernos.
       Se trata de un pozo, de brocal semicilíndrico, pegado a la pared de una casa, situada hacia la mitad de la calle de Sobrerroca, esquina a la calle dels Arcs. Este pozo recuerda la resurrección de una gallina, obrada por intercesión de san Ignacio en el año 1602. En el proceso manresano de las virtudes y milagros de san Ignacio en orden a su canonización, se da la circunstanciada razón de este prodigio, en varios testimonios que, en resu­men, vienen a decir lo si­guiente:

       La joven de 14 años, Inés Dalmau, estaba en­car­gada de la custodia de una gallina, con mucho encarecimiento de su madrastra. Mas, habiéndose casualmente desatado la gallina, se precipitó en un pozo de cerca de su casa de Sobrerroca. Como el pozo era profundo, no pudo inmediatamente sa­car la gallina. Cuando, por fin, la sacaron, estaba muerta. Inés, al ver muerta la gallina, concibió gran temor de ser castigada por su madrastra, y así pro­rrumpió en grandes sollozos. El tabernero Segis­mundo Torres, vecino de Inés, la increpó diciendo: ¿Acaso podrás con lamentos resucitar la gallina? Recomendóle, no obstante, que rogara al antiguo penitente de Man­resa, y, habiéndolo hecho la niña con gran fervor y confianza, la gallina comenzó a moverse y resucitó.

       Con todo, el pueblo fue con el tiempo vistien­do este milagro con el ropaje de la imaginación, y así puso a san Ignacio pasando casualmente por la calle y atendiendo a las súplicas de la niña desconsolada, hasta hacer salir de dentro del pozo el agua con la gallina viva. Algunos historiadores, como Francisco Tallada y el P. Fidel Fita, S.I., sin más averiguaciones, dieron por buena esta tra­dición así desfigurada. Pero el examen de los procesos en orden a la canoniza­ción de san Igna­cio no deja la menor duda de que el hecho no tuvo lugar durante la permanencia del santo en Man­resa, sino hacia el año 1602.

       Parece que, en tiempo de la canonización de san Ignacio (1622), se puso una inscripción en el lugar del milagroso caso de la gallina, y, hasta bien entrado el siglo XVIII, no se construyó una capilla que lo recordase; pues en 1730 Pedro Oliveras hizo do­nación del sitio, con escritura pública, a los Adminis­tradores para construir la capilla de san Ignacio.

        En 1737 el obispo de Vich, don Ramón Mari­món, concedió 40 días de perdón visitando la ca­pilla y rezando un Pater noster. En la actualidad se con­ser­van así el pozo como la capilla adjunta de que aca­bamos de hablar.

Tomado de PUIG, Ignacio: Recuerdos Ignacianos en Manresa. Barcelona, Imprenta de la revista Ibérica, 1949. pp 93, 94, 95, 96.

(Sobre las florecillas que san Ignacio golpe­aba con el bastón, ver BARTOLI. Historia de la Compañía de Jesús, c. IV)
 

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