Traducción de Félix Palencia sI, "Balada del sabueso del cielo " por Francis Thompson

FRANCIS THOMPSON
BALADA DEL SABUESO DEL CIELO

Le huía bajo las noches y los días,
por los anuos portales yo le huía
y por mi laberíntica conciencia
me evadía;
en medio de mi niebla lagrimienta
oculto en mi continua risotada
yo me le escabullía.

Sobre falsificadas esperanzas
me di prisa;
me lancé cuesta abajo a una barranca
de oscuridad titánica
y abisales angustias,
en mi fuga
de aquellos pasos firmes que seguían,
que a mí me perseguían.

En cacería tranquila
y a ritmo imperturbado,
con rapidez medida
y apremio soberano,
golpeteaban los pasos;
y una voz por su apremio sobresale retumbante:
"todo a ti te traiciona, al traicionarme".

Expuse, fugitivo, mi alegato
ante más de una amable puertecilla
de rojo encortinado
y rejas de cariño entrelazadas:

(Yo sabía del amor
de aquel que con afán me perseguía,
pero me horrorizaba con dolor 
no poder a su lado tener nada
si a él lo poseía.)

Y cuando acaso alguna portezuela
de par en par se abría,
la cerraba el sentir que estaba cerca:
más el amor se esmera en perseguir
que el miedo en evadir. 

Huyendo transgredí
los últimos confines de la Tierra,
y llegué a perturbar las áureas puertas
que guardan las estrellas,
golpeando sus barrotes resonantes
en busca de guarida
devorado por mis garrulerías
por dar un buen sabor a la amargura
y platear de la luna
las opacas bahías. 

Dije al alba ¡no tardes!
y a la tarde ¡cae presta!:
la ternura celeste de tus flores
me oculte de este tremebundo amante;
en torno a mí tu velo tenue flote
para que no me vea. 

A quienes de él dependen
tenté a todos,
para encontrar tan sólo
en su perseverar mi traicionar,
en su fallarme a mí su serle fieles,
su traidora verdad
y su legal mentir. 

Rogué su rapidez a cuanto es rápido,
colgado a cada viento
de su silbante crin: 

Así en tranquila escuadra repasaran 
las muy vastas llanuras del azul,
así bajo la férula del trueno
su carro contra un cielo resonaran
salpicado por el fugaz relámpago
que desdeñan sus cascos,
más el amor se esmera en perseguir,
que el miedo en evadir. 

Mas aún
los seguidores pasos,
en cacería tranquila
y a ritmo imperturbado,
con rapidez medida
y apremio soberano,
proseguían..,
y una voz más golpeante los excede:
"nada, sin guarecerme, te guarece". 

Aquello por lo que era mi extravío
no lo busqué ya más en rostro alguno
de hombre o de doncella;
mas todavía en los ojos de los niños
algo se asoma, un algo muy profundo
que contesta...
¡están a mi favor ellos siquiera,
sin duda a favor mío! 

A ellos me volví con añoranza;
mas cuando de sus ojos la franqueza 
en encantos apenas germinaba
de improvisado responder albeante,
me los arrebató por la melena
su ángel. 

"Venid vosotros pues, niños esotros
de la Naturaleza;
conmigo compartid
vuestra tan delicada compañía",
—les pedí—;
"dejadme saludaros con un beso;
y entrelazar caricias con vosotros
al retozar con las errantes trenzas
de quien es la señora madre nuestra,
banqueteando con ella
junto al azul estrado
en su palacio de pared de viento
zampando al no amañado estilo vuestro
del exsudante cáliz puro y cálido
del brillante brotar de cada día". 

Y fue así,
y unido a su muy fina compañía
de la naturaleza los arcanos
se abrieron para mí: 

Supe los artilugios tan volubles
del aferrado rostro de los cielos:
cómo surgen las nubes
espumantes
del resoplar salvaje de los mares. 

Todo lo que ha nacido o que fenece
por parejo se erguía y desfallecía,
y moduló al hacerlo
mis propios sentimientos,
divinos o gimientes
en compartir de gozos y agonías: 

Adopté los pesares de la tarde
cuando encendía sus cirios tambaleantes
en torno a las reliquias del día muerto,
y al verme sus destellos
con el amanecer me sonreí: 

Triunfé y me entristecí
con todo clima y tiempo,
juntamente lloramos yo y el cielo
y salaron mis lágrimas mortales
la dulzura
de las suyas,
sobre del rojo pulso
del corazón anocheciente suyo
puso el mío su latir
y pude compartir
en conjuntada mezcla su calor... 

Ni siquiera con esto
–ni con esto–
tuvo alivio mi humano resquemor. 

Mis lágrimas en vano humedecieron 
las grisáceas mejillas de los cielos
porque nada sabemos
de los decires mutuos suyo y mío:
yo hablo con sonidos,
sus voces son tan sólo movimientos
que me hablan en silencio. 

Indigente madrastra, la Natura
nunca puede
atenuar mi sequía...
que su seno desvista
del velo azul de cielo
si cumplirme quisiere,
y me brinde su pecho con ternura,
¡que jamás leche alguna
brotada de su pecho
dio bendición a mi sedienta boca! 

Cercana más y más, 
la cacería me acosa
a ritmo imperturbado
con rapidez medida
y apremio soberano,
y mucho más que los ruidosos pasos
una voz se me acerca
ya más presta:
"¿qué te admira?: 
nada, al no contentarme, te contenta". 

¡Desnudo espero yo
el golpe alivianante de tu amor!: 

Pieza a pieza arrancaste mi armadura
y me diste tal tunda
que doblé mis rodillas
y me he quedado sin defensa alguna. 

Desperté –me supongo que dormía–
y al mirarme sin prisas
me encontré desnudado en mi dormir. 

En el vehemente ardor 
de mi joven pujanza
las horas apiladas
bruscamente moví
y mi vida me eché encima de mí;
de aquel montón de polvo de mis años
yo me alzo
mugriento de mis lacras,
mi juventud exhausta
bajo de aquel escombro yace muerta. 

Mis días se quebrantaron y esfumaron,
hinchados reventaron
cual asomos de sol en un riachuelo. 

Más aún:
incluso falla al soñador su ensueño,
y al lautista el laúd;
ceden ya las enlazadas fantasías,
torzal florido al que colgué la Tierra,
joya de utilería,
y la hice columpiarse en mi muñeca:
muy débil obviamente fue la cuerda
para sostén de ella,
cargada en demasía
de insoportables penas. 

¿Será tu amor entonces mala hierba
–por más que nunca se marchite ella–.
que el crecer de otras flores no tolera? 

¡Requieres, infinito constructor...
¿requieres quemar antes la madera
para hacer tus diseños al carbón? 

Desperdició mi lozanía en el polvo
su intermitente riego
y hoy es mi corazón cual fuente ciega,
estanque de goteras lagrimientas
sin cesar destilantes
desde la fría humedad de pensamientos
que tiemblan entre quejas
suspensos de mi mente en el ramaje. 

Las cosas así son,
¿cómo serán mañana?
Si la pulpa es tan agria,
¿a qué sabrá la cáscara? 


Mi conjetura alcanza vagamente
lo que el tiempo confunde entre neblinas,
tras ocultas almenas eternales
de vez en cuando suena una trompeta,
las agitadas nieblas
vacilan por instantes
y vuelven a bañar pausadamente
los torreones que apenas sí se atisban. 

No tan presto, con todo,
que no primero yo haber visto logre
al que hace el citatorio,
togado de púrpura y tristeza
y su cabeza de ciprés ceñida:
sé su nombre
y sé lo que proclama su trompeta... 

Sea el corazón del hombre,
sea su vida, llegada la cosecha,
lo que te da ganancia,
¿tu mies requiere ser estercolada 
con podredumbre muerta? 

Se acerca ya al alcance de la mano
el fragor de aquel largo perseguir,
y la voz es rotunda para mí
como lo es la de un mar embravecido:
"¿y está tan maltratado y hecho añicos
tu destrozado barro..? 

Ya descubre:
¡todo, al huir de mí, a ti te huye!" 


“¡Peculiar, miserable y parapoco!
¿A título de qué
del amor marginado podrías ser? 

Nadie más, sino yo,
hace de nada mucho con mirarlo,
—profirió—
y todo amor humano
necesita de humanos mereceres:
¿cuál es tu merecer, 
amasijo el más sórdido
de todo el amasado humano barro? 

¡Oh dolor!:
¡tú no sabes lo poco digno que eres
de una pizca de amor! 

¿A quién encontrarás que te ame a ti,
ser sin ningún valor,
sino a mí,
sino tan sólo a mí? 

Lo que te he arrebatado
no hice sino tomarlo,
no por hacerte daño,
sino con el propósito
de que tú lo buscaras en mis brazos. 

Lo que tu error de niño se imagina
como cosa perdida ya del todo,
en casa para ti
lo tengo bien guardado:
¡ponte en pie,
dame tu mano y ven!" 

Se detiene a mi lado
aquel sonar de pasos...
¿es toda mi tiniebla, a fin de cuentas,
la sombra y agasaje
de su extendida cariñosa diestra? 

"¡Ay, ay, mi muy mimado,
mi cieguito, mi flaco!:
¡yo soy por quien tú anhelas!;
te ahuyentas tú el amor al ahuyentarme." 

(c.1907) Francis Thompson (1879-1907) 
En el centenario de su muerte,
(2007) Félix Palencia, sI (1939-20??).


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