Eusebio Francisco Kino, sI, en el tercer centenario de su renacimiento

 
En este día, se hablará mucho del padre Kino explorador o matemático,  escritor o cartógrafo, agricultor, ganadero, fundador y constructor de pueblos y navegante por igual del mar que del desierto. Yo quiero escribir de Kino amigo, humanista, jesuita, cristiano, hombre.
Su crecimiento se inició en una familia cristiana de no muchos recursos económicos, en una prestigiada escuela de jesuitas y en las casas de formación en que la Compañía de Jesús prueba y forma a sus reclutas. El resto de su formación como persona lo recibió del Noroeste hoy mexicano: Sonora y la Baja California, y de lo que hoy es el sudoeste de Arizona.
Como jesuita, se inició en los Ejercicios que Ignacio de Loyola compartió con sus contemporáneos. Un grupo de ellos quiso acompañar de cerca a Jesús de Nazareth en el servicio a todos los humanos, y nació de ellos la Compañía de Jesús u orden jesuita.
Así, los jesuitas nacimos en la Iglesia Católica, para cooperar en su misión: servir a la raza única humana, en seguimiento de Jesús. El enseñó que la mejor plenitud humana es la de quien se dedica a construir fraternidad, a que todos en verdad seamos hermanos. En pocas palabras, que nos queramos y ayudemos unos a otros, para crecer juntos hacia una humanidad verdaderamente humana.
Kino se preparó para ello en su natal Europa, y la Compañía lo envió luego a las regiones californiana y pímica. Acá siguió creciendo, hasta convertirse en el gigante cuyo recuerdo hoy festejamos. No vino a lucrar, sino a dar lo mejor suyo: su amistad con los indígenas y su confianza irrevocable en ellos; su saber de lo humano, para darles una vida mejor, y, al fin, sus formulaciones de creyente: de hombre de fe audaz y valiente, imaginativa y soñadora, justiciera y libertaria.

Por más de siglo y medio, de sureste a noroeste, un conjunto de casi trescientos jesuitas forjaron entre el Mayo y el Gila, una patria naciente, incorporada a la entonces Nueva España. Su legado no se reduce a crónicas y mapas. Incluye también mucho del ganado y los cultivos regionales, y, de más valor aún, los vínculos de confianza, colaboración y paz que nos unen a la mayor parte de nosotros.

Formado en la escuela de Ignacio de Loyola, Kino fue siempre innovador y constructivo, consciente de que soluciones antiguas o extranjeras no resuelven problemas del hoy y del aquí.
Fiel a sus amigos californios, quiso compartirles la riqueza de Sonora, abundante por las estancias ganaderas y la siembra irrigada y sistemática de hortalizas, leguminosas, gramíneas y frutales. En busca de rutas alternas, no cejó hasta cruzar el río Colorado y comprobar la vía terrestre a California. Y cabalgó más de una vez a México y varias veces escribió a España y a Roma, solicitando apoyo para la misión que llenaba su vida de sentido.

Hace trescientos años murió el Padre, y a sus compañeros jesuitas se les expulsó del Imperio Español hace casi un cuarto de milenio. Pero el aliento de ellos no ha cesado por completo. Puede resurgir ahora, como reviven las brasas de una hoguera: con una buena venteada y algo más de leña. Todos los sonorenses somos algo de esa leña y ese viento.., pero madera y aire libres, que podríamos dejar al fuego ahogarse entre cenizas.

Como mejor pudo, Kino respondió a las necesidades de su época:  Incansable viajero, fue siempre hacia un único destino; exitoso emprendedor,  su empresa fue para los pimas; comerciante sagaz, su ganancia fue para quien la necesitara. Llegó a gozar de gran poder, pero todo él fue servicio. Dispuso de muchas riquezas, pero dormía en el suelo, con dos zaleas de borrego por colchón, y por almohada su albarda y su montura. Siempre optimista y soñador, se señaló por su realismo funcional y constructivo...
Fue, en cierta forma, alguien como quizá querríamos ser muchos de nosotros. Pero siempre anheló por salir fuera de sí mismo, por ser con los otros y en servicio de los otros: una persona, no para sí, sino para otros...
Su vida fue también de renuncia y desapego. Fue dejando atrás mucho de lo que más quería: una familia, un hermoso terruño en el Tirol, una posible cátedra universitaria, una insistente pasión por ir a China, una vida fácil cerca del virrey, un inicio misionero en la Baja California, un interés grande por vivir entre los Seris... El secreto de su grandeza es muy sencillo: no se centró en sí mismo, sino pensó siempre en los demás.

No todos, sin embargo, estaban de su parte. Pablo López de Lara, lo resume: El trabajo evangelizador del padre Kino frecuentemente fue criticado, obstaculizado y frenado. Los terratenientes y los explotadores de las minas, apoyados por algunas autoridades menores, intentaron detener el ímpetu de la consolidación de los pueblos indios y el desarrollo de las misiones. Los reyes de España habían legislado sobre una larga serie de privilegios, verdaderas declaraciones de derechos humanos, en favor de los naturales, para restringir el avorazamiento económico de los que se enriquecían con su explotación. Como Kino buscaba para los indios su integral desarrollo, se vio expuesto a la deshonra y sufrió oposiciones y persecuciones por tratar de protegerlos.

¿Qué vería y sentiría él, si hoy regresara..?
Muchos hermanos sufren muy cerca de nosotros: hambre, enfermedad, desempleo, desprecio, pobreza, violencia, soledad, drogadicción, reclusión, propaganda mendaz, y muchas otras muertes que, a veces aun dentro del hogar, nos hacen muy difícil ser humanos. Como los pimas lo invitaban una y otra vez para que fuera a estar con ellos, así, aun sin palabras, el grito de muchos de ellos nos invita hoy a nosotros.
Honrar a Kino en estos días, será revivir sus actitudes. El año de Kino es buen tiempo para replantear nuestras vidas y proyectos, hacia algo que valga más la pena y el esfuerzo, algo consistente y duradero: una Sonora, una Arizona, una Patria, un Mundo más humanos, donde reinen la amistad, la vida civilizada y la justicia, empezando por la equidad en el reparto de lo que Kino creyó y vivió que era para todos.

Mucho logró él en su momento, sin caminos, sin computadoras, sin internet y en los sistemas de gobierno de su época. Lo podemos ver hoy cabalgando en bronce ante nosotros, en Magdalena, en Segno (Italia), en Phoenix y en la plaza Zaragoza de Hermosillo, o de pie, en Washington o Tijuana. Lo podemos saborear leyendo sus mejores biografías: las de Gómez Padilla y de Bolton, o las no por breves menos buenas de Poltzer o de López de Lara.
Pero podemos hallar su espíritu más cerca, dentro de nuestro propio corazón: en la luz, impulso y fuego interior que a todos nos invita a hacernos más humanos.., cosa que jamás podremos en aislado. La causa humana no es individual, sino de todos: o todos la logramos juntos, o no la logra nadie.

Para los creyentes en el Cristo, esta causa de Kino, antes que de él, es de Jesús. Y lo que internamente nos impulsa y alienta es el Espíritu de él. Tenemos certeza del triunfo, pues se trata de la causa de Dios mismo, el Padre de Jesús y Padre nuestro, dador de todos los favores.

 
Félix Palencia, sI

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