Hacia una espiritualidad joven


"Si se dejaran circuncidar,
Cristo no les serviría de nada".
(Ga 05:02)
0. Desde mi limitadísima experiencia y con mi modesta teología redacto esta nota por compartir algunas inquietudes.
1. No sé cómo se defina "joven"; pero la palabra evoca en mí numerosos concretos: el raterillo preso que, hambriento, comparte con sus compañeros el vaso de agua de arroz que acaban de regalarle; la adolescente prostituta que cuida el hijo enfermo a la colega, "porque ella necesita más que yo el trabajo"; el peón que, sin bautismo a los dieciocho y profesando no creer en nada, no responde si tiene hambre hasta no investigar si ya comieron todos; y así muchos otros, que "son fuertes, en quienes está el mensaje de Dios y quienes han vencido el mal" (1J 02:13-14).
Tienen ellos en común el no ser "laicos", sino simplemente "gentes" de la que puebla nuestras barriadas: de esa enorme población a la que nos conduce por igual la opción por los pobres y la opción por los jóvenes (dado que indudablemente la mayoría de los jóvenes son pobres y la mayoría de los pobres son jóvenes).
Me recuerdan inexorablemente al siervo de Yavé (Is 53:02):
"Quiso el Grande que él brotara como yerba en tierra seca:
por eso nadie lo mira ni nadie lo toma en cuenta;
él sufrió desde pequeño: se acostrumbró a la pobreza.
Le sacábamos la vuelta y nadie lo consolaba:
sufrimientos y desprecios, fueron por siempre su paga,
y todos juzgamos de él que era un bueno para nada".
Para mi, éstos son los jóvenes; y porque la historia y la vida los han golpeado, cada uno de ellos se considera a sí mismo tan sólo "uno de tantos'.
Esta es la base de su espiritualidad: lo que les abre el corazón y los ojos para ver en cualquiera a "otro de tantos", y para que germine en ellos un fundamental sentido de solidaridad.  Una solidaridad como ésta fue la que sacó de su rancho hace muchos años a un joven que vivía y trabajaba en Nazareth.  Y esa solidaridad es obra del Espíritu.
La espiritualidad juvenil es, pues, el sentido de solidaridad de los jóvenes: su sentirse unos de otros solidarios, y su anhelar por una solidaridad más efectiva entre ellos y entre todos.
La mirada limpia del joven, sin requerir de perspicacia especial, ve en el adulto la causa de sus males; y el joven en su generosidad puede perdonarlo, pero considera que a sí mismo se traicionarla si con él se hiciera solidario.  Intuye, por el contrario, la víctima en el niño y hacia él se siente responsable: ve su pasado en él; pero ve sobre todo al joven futuro, para quien él mismo será irremediablemente adulto.
2. Con todo, esta espiritualidad del joven es con frecuencia demasiado débil y restringida: no por ser la solidaridad menguada de un joven pleno, sino la solidaridad plena de un joven menguado; no por falta de espiritualidad en el sujeto, sino por falta de sujeto en la espiritualidad.
Porque frecuentemente los adultos hemos victimado demasiado a los jóvenes: desde niños les hemos negado la estima y el cariño, y han crecido por ello "como yerba en tierra seca": ¡su sólo no haber muerto por completo denota la pujanza del Espíritu!
Pocos hay y quizá ninguno que sospeche lo que el Espíritu haría en él, si él no se resistiera..., y si entre todos no nos empeñáremos en sofocarlo: "Demasiado sufrimos en la casa por el alcoholismo de mi padre, por eso yo no bebo.  Prefiero alivianarme con el tíner y el cemento".
Lo opuesto a la solidaridad es el vicio, la "afición desordenada", como algún autor dijera: Porque a los ojos del vicioso el otro va siendo cada vez más tan sólo un proveedor potencial de satisfactores para su vicio.
Ya la catequesis tradicional nos hablaba de siete vicios o pecados capitales.  Pero entre ellos sobresale el vicio de los vicios: el que inoculamos los adultos en los jóvenes, y con el que amenazamos de muerte su espiritualidad innata.
Porque les ofrecemos una sociedad en que por dinero cualquier solidaridad se traiciona, y les trasmitimos la mentira de que la inseguridad se supera, no con solidaridad, sino con dinero: iniciamos al niño y al joven en el vicio del dinero, sabiendo que en él no hay límite que lo detenga a uno, y que no hay espiritualidad que pueda coexistir con este vicio, como hace muchos siglos quedó dicho (Mt 06:24).
Vicios menores al lado de éste resultan otros, como la pereza o la lujuria, de que a veces acusamos a los jóvenes; y no tan menores los que más directamente atentan contra la consciencia (como las drogas o la religión, en que algunos jóvenes buscan refugio).
3. Contra la codicia de riquezas y otros vicios, quien ha de luchar en primer término es el Espíritu de Dios, responsable primero de toda espiritualidad y solidaridad humana; y en segundo lugar el mismo joven, de quien es secundar al Espíritu o resistirle.  Pero unos de otros también somos responsables, y algo hemos de hacer por nuestros jóvenes.
No es novedad que sólo un Nombre hay por el que podamos ser salvados (Hz 04:11) (aunque sí quizá que no es preciso que ese Nombre se mencione siempre); y nuestra tarea es anunciarlo con hechos más que con palabras a los jóvenes:
En primer lugar, confiando en ellos y respetándoles su libertad (que no es sino confiar en el Espíritu y respetarlo), por dejar que inmediatamente obre el Creador con su creatura y la creatura con su Creador.
Y, en segundo, siendo como adultos presencia de Dios para los jóvenes:
Jesús en el Jordán, siendo "uno de tantos", como nuestros jóvenes, escuchó la voz de Dios, que le decía: "Tu eres mi hijo, a quien yo quiero mucho; y yo me siento orgulloso de ser tu Padre" (Mc 01:11); y es ésta la buena noticia que de labios de él nosotros hemos escuchado.
Como "cada día le pasa al siguiente la noticia, y cada noche le da la información a la que sigue" (S 019:02), así cada generación entrega la herencia a la que llega.  Y esta herencia ante todo es la expresión cultural del sentido de la vida.
Si a nosotros se nos ha dicho con hechos que tanto somos cuanto valemos y que tanto valemos cuanto tenemos, y si sabemos que se nos ha engañado y no queremos cerrarnos en nuestra ceguera, a los que siguen hemos de comunicar, antes con hechos que con palabras, la buena y auténtica noticia: De nosotros el joven necesita sentir que es nuestro hijo y lo queremos mucho, y que estamos orgullosos de ser sus padres.
Esto, cuando se dice con los hechos, no puede falsificarse, y sólo puede nacer de un corazón configurado con el de Jesús, hermano nuestro, que no vaciló en llamarnos "hijos suyos" (Jn13:33).
Y esta transparencia de nuestro corazón hacia los jóvenes propiciará su crecimiento fuerte, que, crecientemente libre de todo vicio (y desde luego del más nefasto de ellos), fructificará en las obras de solidaridad que el Reino pide y hacia las que el Espíritu impele; y lo de menos será que se explicite o no de quién es esta obra (que Dios lo que quiere es que sus hijos coman, y le importa muy poco que le den los créditos de ello).
Lo más opuesto a ello sería, por el contrario, arrojar sobre los hombros de los jóvenes cargas a las que ni un dedo arrimamos (Lc 11:46), o hacer prosélitos para esclavizar a requisitos y leyes a quienes Cristo ha liberado con su Espíritu (Ga 03:05).
4. Esta nota no tiene más valor que el de la sinceridad con que está escrita; pero podría documentarse con una sola cita, a la que remito a los lectores: la de la declaración íntegra "Dignitatis Humanae", del Vaticano II, demasiado clarividente y claridicente, pero también demasiado poco leída y menos todavía practicada.
Félix Palencia, sI

No hay comentarios.:

Publicar un comentario